Mientras los mandatarios de medio mundo intentan llegar a un acuerdo en Nueva York que dé visibilidad y una vida digna a los refugiados que llegan a nuestras playas y ciudades huyendo de la guerra, aún a riesgo de perder la vida, en Madrid los más prestigiosos diseñadores y cocineros se han unido en su lucha contra el hambre.
No lo creerán pero antes de incorporarme al trabajo he leído un montón de informes, artículos, opiniones, consejos varios sobre el síndrome post vacacional, intentando ilustrarme de la mejor manera posible sobre cómo enfrentarme a la vuelta al curro sin que me lleven los demonios.
Cuando hace unos días me crucé en el paseo marítimo de Marbella, a las 8 de la mañana, con Patricia, la ex mujer de Mario Vargas Llosa y su hijo Gonzalo, o días después con el super ministro de Economía Luis de Guindos pensé que la suerte estaba de mi lado por haberme levantado tan temprano a hacer ejercicio.
Hay quien piensa que a Marbella se viene a presumir del último modelo de Rolex o de Mercedes, y algo de razón tienen quizá porque nadie les ha dicho que el ocio no excluye que puedas asistir a uno de los acontecimientos artísticos más importantes del verano que desde hace varios se celebra en el Congreso de Exposiciones, en plena Milla de Oro.
En Marbella hay dos mundos diferenciados, inconfundibles, que en contadas ocasiones llegan a mezclarse. Está el de quienes llegaron hace años y cambiaron la fisonomía de un pueblo de pescadores en la gran ciudad que es y el de quienes según mi amigo Eduardo Mackintosh, están descubriendo los encantos.