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Blog / Capital de tercer orden

Asumidlo: tampoco hay Cabalgata

Por Eduardo Laporte

Lo contrario sería una locura, pero un poco de imaginación municipal habría permitido a los niños sentir el calor de los Reyes Magos.

Llegada de los Reyes Magos a Pamplona. IÑIGO ALZUGARAY
Llegada de los Reyes Magos a Pamplona. ARCHIVO / IÑIGO ALZUGARAY

Hace un año analizábamos por aquí, en plan moviola de ‘El día después’ la Cabalgata de turno sin pensar que sería la última hasta no se sabe cuándo. Nos preocupaban cuestiones tales como el desfile de gansos, las posibles ofensas de tamaña cosificación avícola para el colectivo PACMA, la coreografía de las carrozas y el lanzamiento de caramelos —mágicos— con o sin gluten.

Los navarros ausentes como yo podemos perdernos Sanfermines, javieradas, fiestas de patronos varios, escaleras, flamencos on fires, homenajes a Sarasate, Gayarre y entregas del gallico de oro Napardi, ese sí es un galardón y no los Oscars, pero una Cabalgata, por Dios, eso nunca. Maldita pandemia.

Se me cae al alma a los pies imaginando el páramo desolado que ni la Comala de ‘Pedro Páramo’ de la plaza del Castillo en este fatídico día de reyes destronados. ¿Qué hacer? Ah, no lo sé. ¿Algo más? Seguro.

Para mitigar ese vacío cósmico se ha organizado un evento en el Navarra Arena que demuestra las ganas de Oriente que hay en la gélida Pamplona. La web de la organización se cayó antes incluso de que salieran las entradas a la venta, como pasa en las giras de los Rolling Stones. Antes, unas cien personas desafiaban a la muerte por congelación, desde el alba, en la taquilla de Baluarte. Oro, incienso y mirra para esos padres coraje, por favor. Ya. Orain.

Bajar casi hasta el Sadar, con este frío siberiano, para ver de lejos, con las medidas de seguridad pertinentes, tan necesarias como bajoneras, no se antoja el plan más fascinante para la población en edad de soñar. Y creer. Porque una cosa es creer en los Reyes Magos y otra odiar a los Reyes Magos, circunstancia harto probable si se les convierte en unas estrellas del rock lejanas, distantes y de pago.

El asunto me indigna lo justo, pues ni tengo hijos ni vivo en Pamplona, pero puedo entender los sofocos de aquellos padres que esperaban un poco de ilusión en un enero que tiene pinta de ser blue de principio a fin. O black.

Qué lejos quedan, ay, aquellas Cabalgatas felices de esa Pamplona un poco Springfield de la abundancia y la felicidad, tanta que hasta los otanos y urralburus no pudieron evitar meter la mano donde no debían. Hace unos días, en Madrid, me dijeron que tenía el pelo como Urralburu. No di crédito y pasé a referir aquella anécdota tan celebrada de mi infancia: cansado de llevar ese ridículo pelo tazón, me rebelé y exigí un cambio de look a mis padres. ¿Y cómo lo quieres? ¡Como Urralburu! La carcajada fue general. Porque uno era niño, pero tenía su protoconciencia política, sabía que mandaban Urralburu y Julián Balduz, con eso me bastaba para sentir que alguien se ocupaba de los asuntos públicos hiperforales.

Y qué emoción la del niño en el día grande del año. Recuerdo un día en la Ciudadela, nevada como una pasta de coco, que vinieron los mismísimos Reyes de Oriente a saludar a los pamploneses. «Baltasar habla igual que el tío Manolo», soltó mi hermano Juan, en su primera caída del guindo. En efecto, Manuel Sagastume, cuyas esculturas se han expuesto recientemente en el Horno de dicho lugar, se tiznó la cara como mandaban los cánones menos pacatos de entonces, y a mi hermano sufrió su primer desencanto. Sensación agridulce, porque tu tío sea parte de la comitiva real también era motivo de orgullo, más si luego reptaba con la escalera del camión de bomberos por las ventanas de la plaza del Castillo, en aquellas cabalgatas excesivas de cuando el mundo era una fiesta.

Todos querían ser rey y circulaba la leyenda de que el recientemente desaparecido Michael Robinson también se había ganado un puesto en la Carroza Real, aunque me temo que sólo lo hizo en la Cabalgata de Cádiz.

No es mal horizonte vital. Ser rey, algún día, de la Cabalgata de Pamplona. Los mayores también podemos soñar. Este año, de momento, toca joderse. Felices Reyes.

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