• viernes, 19 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

De qué no será capaz un nacionalista

Por Eduardo Laporte

Algo huele a podrido en Iruña-Veleia, con hasta 476 vestigios supuestamente más tuneados que aquel ecce homo de Borja, en una metáfora bien triste de la manipulación política vasquista

 

GRAFCAV2272. VITORIA, 03/02/2020.- El exdirector del área arqueológica, Eliseo Gil (c), junto a los otro dos acusados, Ruben Cerdan (i) y Oscar Escribano (d), durante su declaración este lunes en el juicio por la supuesta falsificación de grafitos en el yacimiento alavés de Iruña-Veleia.EFE/ Jon Rodríguez Bilbao
GRAFCAV2272. VITORIA, 03/02/2020.- El exdirector del área arqueológica, Eliseo Gil (c), junto a los otro dos acusados, Ruben Cerdan (i) y Oscar Escribano (d), durante su declaración este lunes en el juicio por la supuesta falsificación de grafitos en el yacimiento alavés de Iruña-Veleia.EFE/ Jon Rodríguez Bilbao

Muy escandalosamente cutre debió de ser la cosa que hasta la Diputación de Álava, parte más que interesada en el asunto, decidiera presentar una demanda —hace ya años— por falsificación a un equipo de arqueólogos de la que estaba llamada a ser la Pompeya euskalherritana.

Liderados por un tal Eliseo Gil, principal sospechoso de este taller ocupacional de historia-ficción, se les acusa de un delito continuado contra el patrimonio histórico, así como de estafa. Porque estos supuestos malfechores del arte antiguo habrían cobrado subvenciones públicas de hasta 3,7 millones de euros —a saber si con la connivencia de Euskotren, sociedad pública vasca que puso la guita— que les permitió hacer virguerías arqueológicas con la intención de cambiar nada más y nada menos que el curso de la Historia. 

Siempre supuestamente, los arqueólogos liderados por Gil habrían alterado hasta 476 piezas históricas del yacimiento, con unos grafitos escritos en cerámicas de los siglos III, IV y V. Unas inscripciones que pondrían en vilo al mismísimo Indiana Jones, puesto que modifican el peso de los hechos, la pujanza de la ciencia en su inasequible aliento desfacedor de los entuertos de la ignorancia. O sea, justo lo que el nacionalismo, en su afán mistificador, interesado y manipulador, persigue y practica en un grado que desconocemos. ¿Cuántos goles de parecido jaez habrán colado a la incauta ciudadanía? ¿Qué trolas de trazo gruesísimo se merendarán los no menos desprevenidos alumnos de las ikastolas varias? Pocas penas me parecen las que están en liza y cuyo veredicto se conocerá a partir del 18 de febrero, tras las diez sesiones previstas en el Palacio de Justicia de Vitoria. 

Uno concedería el beneficio de la duda a estos arqueólogos de tendencia imaginativa de no ser porque varios miembros de la comisión científica asesora aseguraron que aquellas piezas de cerámicas eran más falsas que un Judas. O que, hace ya trece años —¿por qué es tan lenta la Justicia—, tres arqueólogos del equipo del citado Eliseo Gil decidieron abandonar las excavaciones por motivos «profesionales y personales». La dignidad nunca se ha fotografiado, cantaba Dylan, pero he ahí un buen ejemplo de entereza profesional. 

Porque con esos garabatos, se pretendía vender la moto de que los primeros documentos escritos eran de aquellos remotos siglos, adelantándose hasta 600 años a los hallazgos de San Millán. Ah, y la representación de un calvario más antigua del mundo. Pompeya, Herculano, vade retro. En Araba (Saudí) tenemos la capilla sixtina del arte antiguo. El santo grial por fin hallado, la Atlántida reflotada, la Altamira del mundo vasco y con merenderos ad hoc para todas las familias. Como dice Javier Torrens Alzu, «el fraude Iruña-Veleia da para una docuserie de Netflix». 

Siempre he recelado del término posverdad, pero quizá su presencia sea necesaria para volver a pensar qué es verdad y qué mentira. De tanto decir que algo es «falso», hemos dejado de apreciar el carácter fraudulento que forma parte de todo engaño. Pese a los eternos debates entre realidad y ficción, basta coger una de aquellas publicaciones setenteras de noticias extraordinarias, ¡el hombre de la lengua de 34 centímetros!, ¡la asombrosa mujer que hablaba, literalmente, por los codos!, para sentir una nueva calma: sigue habiendo cosas que son verdad y cosas que no, sin mayores debates. 

Y este vodevil de Iruña-Veleia, yacimiento de inflado interés según me han comentado gente que lo ha visitado, podría servir, si los jueces no determinan lo contrario, como ejemplo gráfico, litográfico, de otro de los timos que el nacionalismo cuela sistemáticamente de rondón a una sociedad que quizá debiera colocarse unas gafas anticamelos de por vida. 

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