• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / El espejo de la historia

Nicolás Ardanaz, el fotógrafo que amó Navarra

Por Javier Aliaga

El estilo clásico de la obra fotográfica de Nicolás Ardanaz testimonia la realidad de una Navarra preindustrial. 

Autorretrato de Ardanaz con su sobrino Félix en la trastienda de su droguería. FOTO: MUSEO DE NAVARRA.
Autorretrato de Ardanaz con su sobrino Félix en la trastienda de su droguería. FOTO: MUSEO DE NAVARRA.

Nicolás Ardanaz Piqué nació en la primavera de 1910 en Pamplona, ciudad que lo vio morir en el otoño de 1982. El Museo de Navarra atesora su legado fotográfico, cosechado en cuatro décadas (1930-1970), compuesto por dos mil diapositivas color y ocho mil negativos blanco y negro; abarca paisajes rurales y urbanos, retratos, costumbres y fiestas, ambientados en todos los periodos del año y bajo diferentes elementos meteorológicos: su obra constituye una sinfonía visual de las cuatro estaciones de la Navarra que tanto amó.

En efecto, sólo un enamorado de su tierra, que preparó un catálogo de lugares singulares y rincones navarros, es capaz de transmitir el sentimiento de belleza de sus fotografías. Además, su repertorio constituye un documento etnográfico que testimonia la realidad de aquella Navarra preindustrial.

Fotógrafo no profesional, cuyo modus vivendi era una droguería situada en el cogollo de la ciudad, en plena calle Mayor, que había heredado de la familia; sin embargo, en cierta medida, le hipotecaba el tiempo de sus paseos fotográficos, los cuales tenían que ajustarse necesariamente al horario comercial de cierre.

Apasionado por sus aficiones culturales, lúdicas y artísticas; pasó, como muchos de su época, por las clases del gran pintor del momento Javier Ciga. Formación que, con maestría, supo proyectarla en sus instantáneas: bien en la composición, bien en el manejo de la luz.

Era perseverante como para repetir una fotografía desplazándose, fuera donde fuera, hasta captarla, tal y como la había concebido. Vivió la naturaleza con intensidad en sus paseos y sus excursiones a la montaña, que reflejó en sus fotos; cuyas composiciones son ordenadas hasta el extremo de solventar el desbarajuste de la vegetación. Cuentan -me ha llegado por distintas fuentes- que llevaba en el coche una sierra o un hacha pequeña para cortar aquellas ramas que rompían el orden que había concebido.

En sus retratos al aire libre empleó, con habilidad, el contrapicado para realzar al personaje. No practicó el retrato de estudio; tal vez, no quiso competir con la maestría de su coetáneo y amigo Pedro María Irurzun. Una parte de su repertorio son autorretratos; a mí modo de ver, no es una muestra de su narcisismo, sino una forma de incorporar un elemento humano a la composición que sirviese de contraste ante la grandiosidad de la naturaleza.

Autorretrato de Ardanaz en contraluz. 1955 (Museo de Navarra).
Autorretrato de Ardanaz en contraluz. 1955 (Museo de Navarra). MUSEO DE NAVARRA

El historiador de la fotografía navarra, Carlos Cánovas, que ha estudiado minuciosamente la obra de Ardanaz y ha indagado en su entorno, lo califica, por su individualismo, de “espíritu solitario”, alude que su frase preferida era: “A mí dejadme a mi aire”. En ese sentido, Cánovas, comisario de la exposición antológica del año 2000, optó por el título: “Nicolás Ardanaz. El archivo fotográfico de un solitario”.

Las composiciones de Ardanaz son clásicas, no se adentró en ningún tipo de vanguardismo, ni se dejo llevar por la tecnología; muy por el contrario, permaneció fiel al formato 6x6, de manejo y transporte más engorroso que el universal de 35 mm.

Siendo veinteañero ejerció de fotorreportero para Diario de Navarra en distintos frentes de la Guerra Civil. Posteriormente colaboró con varios medios, como: Sombras, Pregón, Vida Vasca y Cultura Navarra. A pesar de no ser asiduo de concursos obtuvo premios fotográficos como el primer Salón Latino, y la VII Exposición Fotográfica del País Vasco.

En su calendario hubo dos fiestas que cobraron especial significado. Por una parte la Navidad, su afición como belenista supo compatibilizarla comercialmente en la droguería. Y como no, los Sanfermines a los que dedico buena parte de su obra fotográfica plasmando los distintos eventos festivos. Obtuvo el máximo honor que puede alcanzar un fotógrafo pamplonés, el cartel anunciador de las fiestas de San Fermín por dos años consecutivos, en 1965 y 1966.

Los dos carteles de Ardanaz de las fiestas de San Fermín de los años 1965 y 1966 .
Los dos carteles de Ardanaz de las fiestas de San Fermín de los años 1965 y 1966 .

A pesar de que Ardanaz figura como cofundador de la Agrupación Fotográfica y Cinematográfica de Navarra (AFCN), apenas se dejó ver en las actividades sociales. En cambio, se identificó más con el Club Deportivo Navarra y los concursos de fotografía de montaña. Tampoco se aventuró en el cuarto oscuro, encargaba en comercios profesionales el positivado y el revelado de sus negativos.

Para Carlos Canovás, Nicolás Ardanaz constituye una “figura imprescindible en la historia de la fotografía en Navarra”. En la actualidad, pasados 40 años de su fallecimiento, la belleza de su obra fotográfica, sea por el clasicismo, sea por el buen hacer, perdura inmutable con el paso del tiempo.

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Nicolás Ardanaz, el fotógrafo que amó Navarra