Idealizar

Imaginé que estaba en la Quinta Avenida rodeado de gente, de frío, de taxis amarillos; que cambiaría un par de dólares por mi propia escena cinematográfica en la Gran Manzana; que saldría vapor de agua de alguna alcantarilla neoyorkina mientras le hincaba el diente a la intemperie a aquel manjar que desaconsejan nueve de cada diez endocrinos.

Y llegó el día. Y localicé un puesto. Y la compré. Y me duró medio telediario. Y no sentí ni frío ni calor, que es lo peor que le puede suceder a alguien.

Hace varios viernes un buen amigo me invitó a cenar a su casa: “No te vuelvas loco”, le comenté sin grandes expectativas mientras pisaba los adoquines de camino hacia su domicilio. Al prohibirme entrar en la cocina, me senté en su sofá con su hija, quien me contó sus cosas en el colegio mientras él preparaba “algo”. Mi nariz no fue capaz de desvelar el menú, así que hubo que esperar pese a mi infinita impaciencia. A los veinte minutos apareció satisfecho con varias hamburguesas en una bandeja de metal. Pan de bollo, carne al punto, lechuga fresca, extraordinaria cebolla caramelizada…

Ay, tonto de mí. Nueva York está en Tafalla.

Ideación de ‘Idealizar’

Nunca imaginé dónde comería la mejor hamburguesa.

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