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Opinión / Desde Baluarte

La música última

Por Ana Ramírez García-Mina

Crítica del concierto de la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Navarra celebrado el viernes 29 de marzo en el Auditorio Baluarte.

Concierto de la Orquesta Sinfónica de Navarra con Sabina Puértolas y Maite Beaumont.
Concierto de la Orquesta Sinfónica de Navarra con Sabina Puértolas y Maite Beaumont. FOTO: OSN.

Separar una obra de su creador siempre ha sido un reto. El arte, incluso el más espiritual y elevado, se inscribe en biografías para todos los gustos: ejemplares, detestables, anodinas, trágicas, despreocupadas... La cultura es una manifestación de la vida humana, y los límites entre una y otra siempre son más sutiles de lo que nos gustaría.

¿Debemos conocer al hombre para comprender su arte? En ese caso, ¿en qué dirección debemos analizar; de la vida a la obra o al revés? Programas como el del noveno concierto de abono de la Orquesta Sinfónica de Navarra invitan al debate. Dos piezas separadas por más de un siglo, unidas en una misma tarde por una razón extramusical.

Se trata de lo que Pergolesi y Tchaikovsky escribieron en sus últimos días de vida: el Stabat Mater y la Sinfonía nº6, “Patética”. La música que precedió a dos muertes trágicas y prematuras. La tentación de dejarse llevar por lo novelesco es grande: que si anticiparon la fatalidad, que si vieron venir la muerte. Más allá del tópico, las dos obras hablan del dolor a su manera.

Giovanni Battista Pergolesi escribió su Stabat Mater en sus últimas semanas de vida, con veintiséis años y una enfermedad avanzada. La muerte se encuentra por partida doble, en un Pergolesi débil y en el dolor del texto: Stabat Mater narra el llanto de la Virgen a los pies de su hijo crucificado.

En el escenario del Auditorio Baluarte, la parte solista corrió a cargo de dos cantantes preeminentes en el ámbito internacional, formadas en Navarra: la soprano Sabina Puértolas y la mezzosoprano Maite Beaumont.

Desde el primer número, a un tempo más ligero de lo habitual, las dos cantantes se adaptaron a las exigencias del repertorio, cuidando los ataques, igualando la intención de su fraseo, empastando sus timbres… Quizá por perseguir este objetivo, que se alcanzó con creces, el volumen de las dos fue insuficiente en momentos puntuales.

Beaumont mostró un equilibrio admirable entre una técnica ágil (Sancta mater, istud agas), elegancia y control sobre el volumen (Quis est homo) y la expresión. Su timbre en los graves fue especialmente cuidado. Aunque su lectura se alejaba de la interpretación histórica, sí que se percibió una adaptación al repertorio. Puede que hubiera una falta de uniformidad de la interpretación en este sentido.

La precisión en la voz de Puértolas también fue digna de mérito. Más cercana a la escuela barroca, sus notas mantenidas, piano y sin apenas vibrato fueron especialmente bellas. Sin textura, pero con una gran sensibilidad y un timbre claro. Así fue en su Cuius animam gementem, aunque quedó algo retrasada respecto al tempo ligero de la orquesta.

Manuel Hernández-Silva respetó a las dos voces, configurando un acompañamiento con intención y prestando atención a las cantantes. La cuerda de la Orquesta Sinfónica de Navarra se adaptó al repertorio histórico con eficacia, aunque con un tempo que a veces sobrepasó a las solistas. En algún momento, la orquesta resultó ajena al canto y no consiguió recoger su grado de expresión.

La segunda parte requirió un cambio radical en los músicos. Como Pergolesi, Tchaikovsky estrenó su Sinfonía nº6 “Patética” pocos días antes de morir. Una gran obra dramática que desconcertó al público de su momento. La muerte del compositor es todavía un misterio. Aunque la versión oficial apunta al cólera, algunos musicólogos sostienen la hipótesis del suicidio, motivado por una depresión o una homosexualidad incomprendida.

A la “Patética” se le atribuyen varios significados. El más extendido es el de la autobiografía musical: la lucha del héroe contra el destino fatal, que le espera en el último movimiento… ¿La muerte?

El primer movimiento, iniciado por un bello solo de fagot, pecó de una falta de fuerza y cohesión en la cuerda y un desequilibrio en el sonido de la orquesta. Demasiado volumen del viento metal y los pasajes complejos en los violines se escucharon algo difuminados.

El vals del segundo movimiento, sin embargo, fue más elegante y preciso en su rítmica. La cuerda se mostró más empastada y la mejora del sonido no cesó en toda la sinfonía. Así llegaron a la marcha del tercer movimiento, quizá la parte más delicada técnicamente.

Superadas las dificultades de la presentación del tema, el sonido de la orquesta fue mucho más equilibrado y su intensidad estuvo a la altura de la gran sinfonía. El cuarto movimiento, desolador, dramático, intenso, se presentó en la cuerda. Ahora sí, desgarradora y con cuerpo hasta el final de la sinfonía.

Como si el héroe se resistiera a la muerte, unos acentos repentinos precedieron al silencio. Aunque la sinfonía comenzó con defectos, el último acorde de la Patética dejó su poso negro. La desolación de la obra sólo puede transmitirse en una interpretación completa. De lo sobrecogedor del final, se deduce que la de la OSN lo fue.

FICHA

Viernes 29 de marzo, a las 20.00h en el Auditorio Baluarte. Concierto de la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Navarra.

Director: Manuel Hernández-Silva

Solistas: Sabina Puértolas (soprano) y Maite Beaumont (mezzosoprano)

Programa:

Stabat Mater, de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736)

Sinfonía núm 6, en Si menor, op. 74, “Patética”, de Piotr Illich Tchaikovsky (1840-1893)


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