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Opinión /

El bosque

Por Eradio Ezpeleta

Con todo lo que está cayendo, un árbol no puede tapar la realidad y esconder lo que hay detrás: el noble arte de la política ejercida por miles de personas buenas y comprometidas.

Santo Tomás Moro, patrono de los gobernantes y de los políticos
Santo Tomás Moro, patrono de los gobernantes y de los políticos. ACI PRENSA

Estamos viviendo unos años malos para la política, para los políticos, en los que lo único que se oye al respecto son descréditos personales, ataques furibundos, insultos, casos de corrupción, fuego amigo, pasando desapercibidas las acciones y tareas de la gran mayoría de servidores públicos que dedican su tiempo y sus conocimientos al servicio a los demás. Los hay, y muchos. El problema es que algunos árboles no dejan ver el bosque.

Hoy 22 de junio se celebra a Santo Tomás Moro, humanista londinense, nacido en 1478, que pensó algún tiempo en la vida monástica, pero que, tras leer La Ciudad de Dios de San Agustín, decidió ser ciudadano de la ciudad celeste sin apartarse de la terrestre. Pionero en la promoción de los laicos, se enfrentó a los problemas de su tiempo con criterios cristianos. Es un mártir por la unidad de la Iglesia y por la libertad de conciencia frente a las leyes civiles injustas. Fue canonizado por Pio XI en 1935 y declarado patrono de los gobernantes y los políticos en el año 2000 por el Papa Juan Pablo II.

En el momento actual, de grandes desafíos y responsabilidades, de alejamiento de la política por parte de los ciudadanos, de frialdad e incredulidad hacia los líderes políticos, de vacío moral en los programas electorales y de un continuo ataque a quien muestra sus convicciones cristianas, se necesitan hombres y mujeres creíbles como Tomás Moro que den un paso al frente, se dejen de complejos, ofrezcan una verdadera revolución en la manera de hacer política e incluyan en sus propuestas y discursos mensajes con valores y principios donde la persona y el servicio estén por encima de cualesquiera otros objetivos.

Gobernar, o estar en la oposición, se ha convertido hoy en el mal arte de tener que machacar al oponente por el mero hecho de tenerlo enfrente. La búsqueda de réditos personales o partidistas se ha impuesto a la verdadera vocación de la política, que no es sino estar al servicio del ciudadano. Desde la estructura de una institución, de un partido político o de un sindicato hay que trabajar por mejorar el día a día de la gente, facilitar su relación con la administración, escuchar sus demandas y posibilitar su resolución en la medida de lo posible, sin estar pensando únicamente en si lo que se hace tendrá alguna compensación, si la cosa me da votos o si consigo sacar de quicio al contrario.

Quienes tenemos clara la vocación intrínseca de la política y apostamos por la conciliación de los principios democráticos con la fe cristiana, debemos promover y pedir políticas claras en favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados y exigir la defensa de la vida en todas sus expresiones. Todo ello frente a los nuevos fenómenos económicos que están modificando las estructuras sociales y las conquistas científicas en el sector de las biotecnologías que banalizan y degradan el cuerpo humano hasta límites insospechados.

Tenemos que ser activos en todos nuestros entornos, en el trabajo, el ocio y la familia, con los amigos y nuestros vecinos, con los padres del colegio y los compañeros de piscina o de playa y no callarnos por eso del qué dirán. No se trata de imponer nada, pero tampoco de dejarnos llevar, o que nuestro pasotismo y silencio sea cómplice de lo que otros decidan. Opinar y decir en qué creemos no es de frikis ni de bichos raros. No se puede hacer nada para cambiar lo que ya ha pasado, pero sí se puede hacer mucho, podemos hacerlo, para cambiar lo que viene, nuestro futuro.

Quienes tienen la posibilidad de decisión dentro de los partidos políticos (líderes, responsables locales, cargos públicos, afiliados), deben tener la valentía suficiente para cortar esos árboles que no dejan ver el bosque, para decir abiertamente, sin tapujos ni engaños, cuáles son sus principios y valores y para luchar por ellos sean cuales sean las consecuencias. Sólo así el bosque volverá a ser lo que era y recuperará su esplendor y frondosidad.

Tenemos una importante tarea por delante y no podemos desaprovechar la oportunidad de realizarla. Hay que descubrir y mostrar a los hombres y mujeres que se dedican al noble arte de la política, que tienen ideales y trabajan y luchan por ellos, porque, queramos o no, los partidos políticos y quienes forman parte de ellos, son necesarios en nuestro país, comunidad, pueblo o ciudad. Busquemos y aupemos a quienes conciben la política como un servicio a los demás, como un trabajo hacia la comunidad, como una manera de realizar el bien común, como una vocación. Descubramos esos árboles que hacen el bosque y volvamos a creer, de nuevo, en la política y en los políticos.

Pienso que lo podemos conseguir, si, como decía Santo Tomás Moro, el hombre no es separado de Dios, ni la política de la moral. Así quiero que sea el bosque.


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