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Opinión / Sabatinas

Formas y fondos

Por Fermín Mínguez

El otro día me subí en un taxi y sonaba Aretha Franklin, A change is gonna come, preciosa; más todavía por inesperada. Cuatro minutos de paz. ¿Sería premonitoria, y estará viniendo el cambio?

Imagen del cartel de un taxi en una ciudad americana.
Imagen del cartel de un taxi en una ciudad americana.

No era la radio, era un cd. Lo miré para comprobarlo porque después apareció Nina Simone cantando Here comes the sun, dos de mis debilidades juntas. Un viaje en taxi agradable, sin radio estridente o conversaciones incomodas, porque aparte de los viajes con Jose o Eduardo, que me cuidan, suelo tener una suerte especial con los taxis, bueno, con el transporte público en general. Pero en este caso todo parecía perfecto.

Estaba encantado y me vine arriba, no aprendo.

 - Gracias por la música, me gusta mucho, ¿la ha elegido usted?

 - Sí, muchas gracias, hay que innovar y cambiar de registro a veces. Hemos evolucionado mucho los taxistas desde que nos dejó El Fary, ahora cada uno ya va a la suya…

No entendí bien, pero tenía la impresión de que se iba a empezar a complicar el viaje.

 - De vez en cuando está bien poner una mierda de canciones de estas, aunque no me gusten. Fíjate, a ti te ha gustado. Pues si hay que ponerla se pone, pero gracias por decírmelo, que mis horas me cuesta bajármelas de internet. Sé que está mal, pero es lo que hay.

Ya está. Con lo bien que íbamos y se cargó el encanto. Luego vino una perorata sobre que si tenían bien merecida a veces la crítica que se les hacía, que había que ver que gente había en el taxi, él no claro, y alguna lindeza más que no escuché con mucha atención porque me acababa de dar cuenta de dónde me dejaba ese “canciones de mierda”, pero llegué justo al final para oírle decir que “ya me gustaría a mí poder mejorar la imagen, pero no depende de mí”. Y tan ancho.

Leía el otro día, seguramente un artículo de mierda para el taxista, que el conocimiento produce sufrimiento y que se es más feliz si no se conocen ciertas cosas. Citaba a un filósofo que no logro recordar. Diré que era Schopenhauer, que era bastante cenizo con esto de las felicidades y además se le atribuyen citas que no son suyas porque queda bien citarlos, ¿o no ha quedado bien aquí?

La historia es que si este señor no hubiera abierto la boca, yo me habría bajado del taxi pensando que era un tipo fino, con muy buen gusto musical (sobre todo porque era similar al mío) y que se preocupa por dar una buena imagen. Hasta que compraba música hubiera pensado. Vamos que un poco más y me hago una foto con él para ponerla en el salón de casa al lado de la de mi boda. Pero no, lo poco que tuve ocasión de conocer no me gustó.

Sobre todo ese final, esa actitud de como no puedo hacer nada por mejorar, pues lo hago igual de mal que el resto. Pues mire, no es así. Que luego se nos llena la boca exigiendo responsabilidades mientras en nuestras posibilidades hacemos los mismos chanchullos.

Y claro que cuanto más se conoce más se sufre, porque mayor es el grado de decepción posible pero habrá que asumir el riesgo, ¿no les parece? La brecha entre las formas y los fondos cada vez es mayor en todos los ámbitos sociales, no solo en la política que tanto criticamos, que también.

Es como si viviésemos en un Dorian Grey de los valores donde todo el mundo es fantástico y pulcro hasta que alguien empieza a rascar el cuadro y aparece la podredumbre de la realidad. Entonces la solución no es otra que buscar otras podredumbres y miserias en otros para justificar la propia.

Todos podridos como solución, estupendo, el apocalipsis zombi de la honradez. Vagando sin más intención que ganar más zombis a la causa, cuando lo mejor sería quitarse de medio y asumir que se han hecho mal las cosas. Los partidos, o las necesidades personales, no pueden estar por encima de las causas, da igual que se trate de falsificación de títulos, de financiaciones ilegales o de no sumarse a iniciativas contra el trato vejatorio a las mujeres porque favorece a los tuyos. Tendría que dar igual que otros lo hicieran mal para asumir los propios errores.

Y aunque tengo la sensación de entrar en bucle con esta queja, mantengo la confianza en que es bueno insistir desde este rincón.

De este artículo de mierda que cierra con una canción de mierda (repetida) que el taxista DJ no leerá, pero fíjense, quizá tanta porquería sirva de abono para futuras flores. Quién sabe; seguro que Schopenhauer habrá dicho algo al respecto.


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