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Opinión / Sabatinas

La nueva normalidad

Por Fermín Mínguez

Cada vez que escucho esto de la nueva normalidad, me viene a la cabeza el chiste sobre Santillana del Mar, que ni es santa, ni es llana ni tiene mar. Pues eso, ni nueva, ni normal.

GRAF6460. PAMPLONA, 16/05/2020.- Varias personas disfrutan este sábado de las terrazas de la Plaza del Castillo de Pamplona, manteniendo la distancia social. En las ultimas horas Navarra ha registrado un nuevo fallecimiento por COVID-19 y 21 personas más contagiadas (0,41%) según han confirmado las pruebas PCR realizadas. EFE/ Villar López
Varias personas disfrutan de la Plaza del Castillo de Pamplona, manteniendo la distancia socia. EFE/ Villar López

Ahora que parece que ya se nos está pasando el susto pandémico, y que ya no recordamos, o no queremos recordar, esas imágenes de hospitales colapsados y morgues en pabellones porque por fin podemos volver a los bares. Ahora que las medidas de protección nos la traen al pairo porque se mueren pocos y además se mueren otros. Ahora que esa unión de todos por un bien común ha vuelto a dejar paso a las rencillas de toda la vida. Ahora toca plantearse una nueva normalidad, y a mí, que soy varón y de provincias, me cuesta entender a qué se refieren.

Recuerdo perfectamente la sobremesa con Sara, a principios del año dos mil, (ojo que vengo en modo abuelo cebolleta), en la que disparó que “lo normal no existe, cada uno entendemos la normalidad a nuestra manera”. Yo, que era un nuevo rico del saber, me dediqué a repetirlo como un loro que es lo que hacen los nuevos ricos, sentar cátedra sin ni siquiera saber de lo que hablan. Me parece de una arrogancia supina, aventurarse a definir cuál será la nueva normalidad general, ese “el virus nos cambiará a todos” como mantra. Ojalá. Ojalá nos cambie, pero dos meses y decenas de miles de muertos después, no tiene pinta.

A ver si en vez de normalidad lo que se quiere decir es legalidad. Lo de la nueva legalidad sí que lo compro, claro. Si aparecen nuevas leyes que limitan el contacto físico, la forma de relacionarse, los aforos y límites de los bares, redibujan libertades colectivas, o condicionan el movimiento, no cambia la normalidad, cambia la legalidad. Cambiará la forma de vida de muchas personas, pero porque cambiará la forma en la que la sociedad evalúe sus conductas. Si se cambiase el límite de velocidad de 120 a 130 km/h, por ejemplo, no les afectaría lo más mínimo a los que van a siempre a 80 agarrados al volante como si fuera la tabla del Titanic, ni a los que van volando bajo a más de 160. Afectará a la mayoría que va a al límite, porque podrán ser multados, pero sin que realmente nada cambie demasiado más allá de la percepción de control, no sé si me siguen.

Esa normalidad particular de muchas personas, de la mayoría del mundo de hecho, no cambiará demasiado. Si lo piensan bien, hay países en las que esta pandemia ha sido una más de las quince que tienen al año, así que morirse de Covid no es una opción muy diferente a la de morirse de hambre, malaria, o porque te pegue tres tiros cualquier milicia radical, o un señor drogado y armado con un mal día. No creo que en estos lugares hablen de una nueva normalidad post COVID, hablarán posiblemente de a ver cómo sobreviven a la siguiente. Médicos del mundo cita cuatro razones básicas para justificar el bajo impacto en África: que están acostumbrados a la gestión de pandemias, que son un continente joven, el sentido de comunidad, la capacidad de resiliencia social. Esta última es muy Coelhista, está muy bien aplaudir la capacidad de aguante que tienen mientras lo vemos por la tele, en fin.

Nosotros no tenemos nada de esto. Se nos ha olvidado lo que es pasarlo mal y nos entra el miedo, por eso la primera semana nos dedicamos a reventar nuestras despensas, no fuera a ser que nos faltase algo, aunque dejásemos sin nada a los demás. Aquí resumimos sentido de comunidad y resiliencia social en uno. Y ojo que lo más importante fue comprar papel higiénico, que resume también muy bien nuestra percepción de riesgo ante la pandemia: limpios y no irritados.

Tampoco somos jóvenes, y además tratamos a los viejos mal. Nos hemos preocupado poco de ellos y ahora nos echamos las manos a la cabeza. Con esta moda de criminalizar residencias, de exigirles lo que muchas no pueden dar, echo en falta saber el dato de cuántas de las que están ahora intervenidas y bajo sospecha no lo hubieran estado también antes de la pandemia. Porque entonces el abandono sería social e institucional. Se ha dejado funcionar, se le ha exigido, a un sector sensible sin los medios oportunos y ahora les culpamos. Ni jóvenes ni solidarios. Seguimos para bingo.

La nueva normalidad lo que está anticipando es un cambio de paradigma, que, como me temo que no estamos dispuestos a aceptar, se legislará para evitar que se cuestione. Sería una pena que este zarandeo que nos ha metido la vida, que nos ha vuelto a demostrar que nuestra capacidad de control es nula, se quedara en una revisión normativa en lugar de en una más profunda, más personal.

En esta semana en la que siguen las despedidas y las pérdidas, en las que no sé ustedes pero yo ya no sé cómo consolar, Esther compartía una frase habitual de su padre, “las cosas son como son, y no como te gustaría que fueran”. Tocado. Claro que se pueden cambiar las cosas, pero empezando por la aceptación de lo que realmente son. Lo que es, es.

La nueva realidad, que esto sí que es objetivo, es a la que cada uno va a volver. A esa realidad plagada de pérdidas, de miedo, de vacíos, de ausencias irremplazables, de fragilidad económica y laboral, y de rabia, de mucha rabia, a la que vamos a volver la mayoría no se le puede llamar normalidad. Delegar la posibilidad de cambio social que se nos abre, al desarrollo normativo de nuevas leyes que intenten protegernos de nuevas probables, e impredecibles, catástrofes sería renunciar a lo único bueno que nos traen estas desgracias, la posibilidad de refundarnos.

Lo fácil sería decir que hay que seguir el ejemplo de África, intentando ser una sociedad más unida y resiliente, quedarnos en la poética del cambio. Pero esto implica arriesgarse a perder lo que tenemos, las comodidades sobre todo, esa falta de recurso que hace que sea más fácil compartir porque es obligado. Ese es el reto, e intentarlo no es suficiente. Ya lo dijo Yoda, hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.

Toca decidir cuál será su realidad, la que quieren o la que les proponen, porque lo que se nos viene encima no será ni nuevo, ya lo conocemos, ni normal. El presente será un reto.


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