• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

Morir viviendo

Por Fermín Mínguez

Vaya título, pensarán, para desayunar un sábado. Tenía un tema pensado, y casi perfilada mi colaboración de esta semana, pero me han sacudido dos acontecimientos que han hecho que cambie de idea. Supongo que mi amateurismo todavía hace que quiera escribir pegado a la actualidad en lugar de programarme, denme tiempo.

Los dos acontecimientos han sido dos fallecimientos, uno el del navarro José Javier Suescun en la Behobia- San Sebastián, con 31 años. Y el otro el de Allen Toussaint, músico de 77 años de Nueva Orleans que falleció en Madrid minutos después de terminar su concierto en un llenísimo Teatro Lara. Aparentemente con nada en común, sin embargo no he dejado de darle vueltas a como se han enfocado ambas.

Toussaint era un reconocidísimo músico, incluido en el Hall of Fame, trabajó con los Rolling Stones, McCartney o The Who, por ejemplo. Se habló de que había tenido una vida plena, que la exprimió hasta el último momento, pero que nadie esperaba este final tan repentino.  Que todavía tenía algo que dar, pero al fin y al cabo, murió haciendo lo que amaba a los 77 años.

A Suescun, sin embargo, le quedaba todo por vivir, y es injusto que se corte así, de golpe.

Y aquí es dónde reflejamos ese absurdo intento de control que nos supera, que no es nuestro. Fiamos la plenitud de nuestra vida al futuro, a lo que haremos dentro de un tiempo, a todo aquello que nos gusta y que cuando llegue el momento nos llenará de felicidad. Y eso es un error, peor todavía, es una mentira tremenda. Y consciente.

Fiarle la partida a la vida a través del tiempo es como darle ventaja a Usain Bolt en una carrera de 100 metros. Siempre va a ganar, porque el tiempo es suyo, no nuestro. Nuestras son las ganas, la voluntad, la fe, las agallas, las cicatrices, las alegrías, las sonrisas, los recuerdos, los abrazos, el primer, el segundo, el tercer y el vigésimo quinto intento, las lágrimas, las caricias, los gritos y las canciones. Pero no el tiempo. Mario Benedetti decía que “hay ayeres y mañanas, pero no hay hoyes”. Y precisamente renunciamos a lo único sobre lo que tenemos total control y decisión: el hoy.

Hoy voy a ser feliz. Hoy no voy a ceder. Hoy no voy a dejarme llevar. Da igual que lo hiciera ayer. Y no tengo ni idea de qué haré mañana. Ni siquiera sé si lo hare. Si hoy ha sido mi última carrera o mi último concierto. O mi último artículo.

Quizás sea el momento de dejar de nombrar grandes citas y empezar a escribirlas. De bajar a la realidad nuestra necesidad de ser felices, nuestro derecho a serlo. Hay que morir viviendo. Como Allen, como José Javier. Teniendo la seguridad de que si esta es la meta, llegamos a cien. A mil.

Esperar llegar a los 90 para decir que hemos tenido una vida plena es confundir tocino y velocidad, es como ir al Celler de Can Roca y esperar que nos pongan un kilo de macarrones con tomate y una hamburguesa de kilo. Cantidad no es calidad. Vivir mucho es vivir cada día, buscar cada rincón que reconozcamos como felicidad. No se busca ser feliz. Se es feliz, a ratos. Se intenta ser feliz, siempre. Y seguramente no haga falta ir a una isla remota a meditar, sino construir esa isla con lo que tenemos cerca.

A mí la parca me va a pillar intentando hacer mejor lo que tengo cerca, y cantando. Quiero que me pille cantando, a poder ser algo de Northern Soul, así podré dar palmas también. Y queriendo con locura. Y lo sé porque lo voy a hacer cada día, ahora en la foto finish de los 30, y todos y cada uno de los días que me queden. Ojalá que sean muchos. Lo intentaré todos. Quiero que mi vida sea plena todos y cada uno de los días que viva, no solo los últimos cinco años, o a partir de la jubilación (que vaya usted a saber si existirá). Voy a vivir todos los días, es la única garantía que tengo de saber que moriré viviendo. Como José Javier, como Allen.

Vivir siempre cogiendo el último tren. Como en la canción de Allen Toussaint.

Como le prometí a mi padre que lo haría. Como me enseñó a hacerlo. Morir viviendo, que no tiene nada que ver con ese vivir muriendo que nos hace languidecer.

Vamos a disfrutar de este sábado. Que sea el mejor sábado de nuestras vidas. Hasta el próximo, que volveremos a convertirlo en el mejor otra vez. Y así.


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