• jueves, 25 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Bendita ola de calor

Por Javier Ancín

Cuando hace calor ningún atardecer te mata, ni aunque te entretengas en ponerte doblado a cervezas mientras el sol cae bajo el mar, allá en el horizonte, o tras el cabezón de Echaurí.

Qué gustazo da el calor, no duele nada en el cuerpo de lo que en invierno cruje. Ojalá 35°C de máxima cada día del año. Sudar es más exuberante que tiritar, siempre tan mezquino. El infierno, de existir, tiene que ser un lugar congelado. Es imposible que uno donde puedas ir en pelotas o con una camisa hawaiana por si refresca o dios la exige en algún garito, pueda ser una amenaza para nuestra eternidad. Resumiendo. Prefiero una cerveza a un caldico

El frío no te lo sacas aunque vayas forrado, que lo respiras como alfileres, el calor te seca hasta el moho del alma. Nadie llora de calor pero de frío se te caen unos lagrimones doblando cada esquina ventosa y sombría como puños. La luz no ha matado a persona alguna, la oscuridad gélida solo nos empuja a perdernos. Las bajas temperaturas son una amenaza terrorífica, agorafobia. El calor abraza, ampara.

Desde pequeño me angustia una escena de la peli Dersu Uzala, de Kurosawa -aún no entiendo cómo nos metió mi tío a mi primo y a mí a verla en algún reestreno raro en los cines Golem con unos 10 años-, donde el cazador tiene que construir un refugio contrarreloj a base de cortar manojos de hierba, que irá colocando aprovechando un trípode, antes de que caiga la noche y los mate el frío a él y al explorador ruso, en mitad de la tundra siberiana. Cae el sol, decae la vida.

Que es un poco lo mismo que pasa cuando el imbécil de Luke Skywalker casi muere con toda su mística y sus poderes y sus mierdas de Jedi, oh, la fuerza, en mitad de una tormenta de nieve y tiene que ir el mortal y mundano, o como se diga eso en la galaxia, de Han Solo a sacarle las castañas del congelador montado en un Tauntaun por las llanuras heladas de Hoth, en El Imperio Contraataca. Siempre a sus ordenes, capitán Solo. Un honor ser desde siempre tripulante de su Halcón Milenario. 

Cuando hace calor ningún atardecer te mata, ni aunque te entretengas en ponerte doblado a cervezas mientras el sol cae bajo el mar, allá en el horizonte, o tras el cabezón de Echaurí. A lo máximo que puedes llegar si estás en la terraza del Meson del Caballo Blanco, por decir un buen lugar para que te sorprenda el Apocalipsis climático, es a ponerte la chaqueta que todo pamplonauta lleva cosida al brazo, por si refresca, desde que tiene uso de razón.  

Disfrutemos de junio, amanece pronto, anochece tarde y aún está por escribir el verano que ni ha empezado. Ya llegará el maldito otoño y solo nos traerá el consuelo de la rendición, que quien se rinde descansa, como esos montañeros que se dejan vencer casi de forma dulce después de haberlo intentado hasta quedarse sin fuerzas y son sepultados por la ventisca. 

Siempre me acuerdo de la frase de Irvin Shaw en su novela Perdidas aceptables, el grito desgarrado de Chanquete ha muerte de Verano azul, que para mí es el fin del verano, su acta literaria de defunción: 'Ya pasó todo. Bueno, malo o indiferente'. En la indiferencia del calor estival es donde sospecho que reside lo feliz. En la hamaca del ático romano, junto al Coliseo, donde Gambardella descuelga el brazo, indiferente, meciéndose al sol de la tarde.

Pero antes, lo explica tan bien Sorrentino en La Gran belleza, hubo vida. Es decir, vivamos. No queda otra. Y eso es todo. 


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Bendita ola de calor