• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Diario de un encierro

Por Javier Ancín

Últimamente tengo la sensación de vivir en una mezcla de videojuego y película futurista donde todo ha cambiado menos los escenarios, que son los mismos que hace un mes. 

La calle San Nicolás de Pamplona el sábado noche tras decararse el Estado de Alerta por el coronavirus. PABLO LASAOSA
La calle San Nicolás de Pamplona el sábado noche tras decararse el Estado de Alerta por el coronavirus. PABLO LASAOSA

Es de noche. Aún más, porque el día solo es una noche que el sol ilumina. Acabo de bajar la basura después de diez días sin cruzar el portal, y se me ha hecho raro salir andando a la calle. Nada se mueve. De tanto silencio se escucha hasta la tensión eléctrica del alumbrado de la ciudad. No recuerdo haberlo oído nunca. Tanta quietud resulta amenazadora, como si al doblar la esquina te asaltara un monstruo casi inmortal de final de pantalla y tuvieras que pasar del cero al infinito en un segundo.

Últimamente tengo la sensación de vivir en una mezcla de videojuego y película futurista donde todo ha cambiado menos los escenarios, que son los mismos que hace un mes. Una Blade Runner de provincias o un Regreso al futuro autonómico es esto. ¿Volveremos al punto del pasado donde cambió todo para seguir desde ahí o nos quedaremos en este Doom para siempre, circulando por estancias vacías, armados con el miedo que nos hace mirar frenéticamente a un lado y otro, sabiendo que tarde o temprano se nos caerá la maceta en la cabeza?

¿Volverá la vida? ¿Cuándo, dónde...? Quizá vuelva otra vida.

En este escenario donde la gente va sola por la calle, tirando de un carrito buscando comida, haciendo cola con más de un metro de diferencia del siguiente cuerpo, en silencio... siempre todo en silencio, el Psoe -supuestos tránsfugas mediante-, el pnv y el partido de la eta, subidos sobre 31 muertos que llevábamos a esa hora por el covid-19 en Navarra, jugando a sus mierdas políticas en Estella, han quitando al alcalde para poner a un batasuno, ajenos al Apocalipsis en el que vivimos. ¿Cui prodest, Coronalzorriz? Cherchez la femme, que dicen los franceses, y te aparece Txibite.

Que les aproveche su miseria moral ajena al mundo y a las personas, ajena a la vida. Se derrumba nuestra sociedad, se nos muere gente a paladas y ellos siguen repartiéndose los cascotes, las ropas del finado, como si no pasara nada, sin piedad alguna: para mí esta teja, para ti este hígado.

Que les jodan, concluyó. Me abro una cerveza, si aún fumara me encendería un cigarro, y me siento en la terraza de casa a mirar a lo lejos. Poder mirar a lo lejos es un privilegio, pienso. Las prioridades son otras. Los lujos, también.

Cae la noche sobre la noche.

Odio el silencio. Para mí el silencio es el rumor de la ciudad, que hoy no hay, y sobre el que me duermo plácidamente cada día.

El silencio que hay sobrecoge. Desde siempre he tenido tinnitus y el silencio me agobia porque para mí no existe. Cuanto más perfecto es el silencio, mejor escucho la punzada eléctrica que genera mi oído, ese acúfeno cargante, y más me intranquilizo. Cuando no hay aunque sea un ligero transitar de ruedas por la lejana carretera, solo existe un pitido desagradable en mi cabeza con el que es imposible relajarse.

Por eso duermo fatal, y en mitad de mi insomnio oscuro, solo consigo pensar en lo solos que han muerto esos muertos. Todas las enfermedades son crueles a su manera, como las familias tristes de Ana Karenina, y esta mata sin dejar que se te acerque nadie que te quiere a darte la mano, a mirarte a los ojos para que puedas cerrar los tuyos dentro de ellos, tranquilo, cuando te mueres.

Me desquicia no poder hacer nada, acostumbrado a trabajar toda mi anterior vida solucionando problemas, deshaciendo nudos y solo se me ocurrió comunicarme como única misión en esta jaula. De todas las personas que aún me importan me he puesto en contacto con todas, por diferentes medios, menos con una, que no tengo ya ni su móvil. Espero que esté bien. Ya falta menos. Y eso es todo.


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