• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Hasta siempre, Javier Solano, la voz de nuestro encierro de San Fermín

Por Javier Ancín

Se hizo imprescindible sin quererlo, que es algo como muy navarro. El ‘hemos estado ahí’ de Induráin, sin darse importancia, después de ganar cinco tours de Francia seguidos. 

A mí los Sanfermines me dicen ya poco, los he vivido de todos los colores -que eso es espectralmente el blanco del uniforme que usamos- y hace tiempo que me aburrí, pero lo poco que me decían, me lo están quitando, dejándomelos mudos.

El inevitable paso del tiempo, que todo lo derrumba. El inevitable paso del tiempo, que será todo lo relativo que quiera Einstein pero que siempre acaba de igual forma, en escombrera de recuerdos, en melancolía de presentes, en futuros sin ilusión porque cuanto más pasa menos te queda, porque cuanto menos te queda más oscuro se vuelve el horizonte.

Se jubila Javier Solano, que es como si se jubilara nuestro Encierro. El Encierro seguirá volando por la Estafeta ojalá que muchos años, otro Encierro, pero el de muchos hasta aquí habrá llegado. Hasta aquí llegó la riada de Solano habrá que poner junto a una muesca en el vallado, como las marcas que ponen en las paredes de los pueblos para explicarnos cómo de extraordinaria fue la crecida de aquel año.

Otra forma de contárnoslo vendrá que para los nuevos, con el tiempo, será irremplazable pero no con nuestra voz -siempre como en segundo plano, nunca protagonista, siempre preciso, eternamente didáctico- que esa ya no volverá, como las golondrinas de Bécquer.

Se hizo imprescindible sin quererlo, que es algo como muy navarro. El ‘hemos estado ahí’ de Induráin, sin darse importancia, después de ganar cinco tours de Francia seguidos. Ahora que lo pienso, Induráin también fue una presencia eterna durante un lustro de nuestras fiestas, que nos tenía las sobremesas de julio sanfermineras, después de la comida y antes de ir a los toros, mientras llenabas los cubos de sangría, mientras las magras con tomate para la merienda tomaban forma en la sartén, pegados al televisor.

Solano siempre estaba ahí, pero en la repetición, que dejaba que fuera el silencio con su música propia, una suerte de 4′33″, la obra de John Cage que pudimos escucharla, quien pudiera, en los encuentros de Pamplona 72, el protagonista de la carrera en directo.

Solano posee una de esas voces mágicas que podrían captar tu atención siempre, hablara de lo que hablase. Te quedarías a escucharlo aunque lo pillaras retransmitiendo el crecimiento del césped en tiempo real. Algunos lo echaremos de menos como cuando dejamos un lugar en el que hemos estado muy a gusto y creíamos para siempre. Es lo que hay, la vida es efímera, la vida es provisional por definición, hasta el abad Virila, que se quedó sesteando 300 años con el canto de un pajarillo, tuvo que volver al monasterio de Leyre.

Escuchar a Solano contarnos el encierro era como ese rumor de fondo infantil -cada familia tiene su banda sonora propia, cada hogar es un universo particular de ruidos y sonidos-, en el que te quedas dormido de forma plácida, segura, tranquila, feliz, porque escuchándolos sabes que estás en casa.

Su presencia era discreta, su ausencia va a ser inabarcable. Una pena y buen viaje. Bienvenido el siguiente, Teo Lázaro. A ver qué tal y ojalá que sea para bien. Y eso es todo.


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Hasta siempre, Javier Solano, la voz de nuestro encierro de San Fermín