• viernes, 01 de noviembre de 2024
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SOCIEDAD

Javier, el ganadero navarro que desafía cada día a la nieve para alimentar a sus ovejas en el valle de Roncal

Francisco Javier Marco Induráin dedica todas sus mañanas a alimentar y a cuidar a su rebaño. A las cuatro de la tarde, vuelve a Ochagavía a comer, donde vive con su mujer y sus dos hijos.

Una de las cosas más habituales es encontrarse derrumbes de nieve en el camino. Javier siempre lleva una pala para retirarla en el todoterreno. PABLO LASAOSA
El ganadero roncalés Javier Marco, junto a su hijo Egoitz, retira la nieve con una pala para poder circular con el todoterreno. PABLO LASAOSA

“Se podría decir que la ganadería es mi vida”, confiesa Francisco Javier Marco Induráin, ganadero de 61 años, natural de Uztarroz y afincado en Ochagavía.

Desde que tiene uso de razón, Marco recuerda haber convivido con la oveja roncalesa o “raza navarra”: “Las ovejas de casa no han cambiado nunca”, comenta. 

La familia de este ganadero roncalés fue la primera en quedarse en la montaña. Hasta 1980, sus antecesores hicieron la trashumancia (tipo de pastoreo en continuo movimiento).

Sin embargo, acabaron decidiendo construir una nave con espacio para 300 ovejas y, hasta los años 90 cuando su padre se jubiló, hacían queso de manera tradicional para posteriormente venderlo a 2.200 pesetas el kilo.

Cuando su rebaño empezó a crecer, Javier trasladó la nave al Barranco de Burgiarte, a 1.200 metros, siendo en la actualidad una de las granjas de la Comunidad foral que se encuentra a mayor altitud.

“LAS OVEJAS COMEN TODOS LOS DÍAS”

Pasan quince minutos de las ocho de la mañana cuando un todoterreno gris entra con fuerza en el acceso al barranco cubierto de nieve.

“Hay que entrar con decisión”,  dice Javier bajándose del coche junto a su hijo Egoitz. Dentro suena rock and roll a todo volumen.

Al llegar al lugar donde dejan el vehículo, Javier divisa un águila real: “¡Algo tiene que haber por ahí, seguro!”. Egoitz se abre camino hasta la zona que sobrevuela el ave y con las piernas cubiertas de nieve y sin prácticamente poder andar consigue ver que en el suelo hay una cría de corzo. “¡Ya sabía yo!”, dice el pastor.

Ataviados con unas buenas botas, unas polainas, un paraguas y un bastón para apoyarse, los dos hombres comienzan a subir la montaña

Todos los días, Javier camina durante media hora ante la imposibilidad de acceder hasta la nave donde se encuentran las ovejas de otra manera: “Ellas comen todos los días, ¿acaso nosotros no?”. 

“ES EL VALLE DONDE MÁS NIEVA EN NAVARRA”

Nada más llegar a la nave de 1.000 metros cuadrados, deja su abrigo y se cambia el gorro de lana por uno de trabajo.

Después de pasar revista a sus 750 ovejas, Javier carga cubos con pienso desde el silo, mientras Egoitz, que le ayuda cuando puede, los reparte por los diferentes comederos extendidos por la nave como si de una carrera se tratase: “Si lo echas poco a poco, las ovejas se amontonan”, explica.

Cuando acaba de repartir el pienso, separa la paja de las pacas, la carga en unas mantas y la arrastra hasta los comederos de las ovejas. Cuando termina, se sienta en una silla plegable junto a la puerta y corta con su navaja un trozo de pan y chorizo y saca una lata de sardinas para almorzar.

Con el estómago ya lleno, Javier se dispone a arrancar el tractor para retirar algo de nieve de la pista para poder trabajar mejor: “Tardaré hora y media”, le dice a su hijo. 

Al terminar de hacer el camino algo más transitable, mete el tractor en la nave para limpiarlo y quitarle la nieve:  “Si tuviera uno de 300 caballos esto sería más fácil“, comenta.

“Esto entre dos personas se hace muy rápido, pero normalmente estoy yo solo y tardo mucho más”, cuenta el pastor.

Javier dedica todas sus mañanas a alimentar y a cuidar a su rebaño. A las cuatro de la tarde, vuelve a Ochagavía a comer, donde vive con su mujer y sus dos hijos, y, si termina pronto, vuelve por la tarde para ver otra vez a sus ovejas, porque para él “lo más importante es que estén sanas y cuidadas”.

LA ÚLTIMA GENERACIÓN

El ganadero explica que en verano “es muy bonito trabajar”, pero cuando llega la nieve todo se vuelve más complicado: “Paso muchas noches sin dormir, nervioso por si estará todo bien. Con el horario de invierno hay menos rato para trabajar, oscurece antes y hay que volver antes a casa”. 

En la actualidad la incertidumbre sobre el futuro del ganado es enorme. Con pena y frustración, reconoce que es complicado que haya un relevo generacional: “La gente joven no quiere quedarse. No hay alicientes, no hay trabajo, no hay dinero. Se ha dejado de hacer queso, se están abandonado a las ovejas y se ha abandonado el monte. Vete y dile a una persona de 30 años que ponga ganado en el Valle de Roncal”, concluye. 

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