Álvaro Barrientos, el fotoperiodista que fijó su vida en Pamplona y supo captar San Fermín y el drama de ETA
Álvaro Barrientos (Medellín Colombia, 1956). Es un hombre cerebral, periodista de formación y vocación, comprometido con el medio ambiente y amante de los animales. Al hablar proyecta una refinada cultura acompañada de una amable sensibilidad; desconocemos si es una virtud importada de su Colombia natal o desarrollada por sí mismo. Lo cierto es que al expresarse mide las palabras con precisión como queriendo evitar hacer daño a alguien. Al describir su vida profesional añade aderezos de filosofía y sabiduría aprendida al pie de la noticia.
Ha trabajado como fotoperiodista durante 40 años; de ellos, 28 para la prestigiosa Associated Press (AP). Si ya de por sí, trabajar en una agencia es exigente, representar a AP constituye un reto continuo, en el que ha tenido que demostrar diariamente su profesionalidad cubriendo todo tipo de eventos, incluyendo los atentados terroristas de ETA en el País Vasco y Navarra.
Por todo este bagaje como fotorreportero ha sido galardonado con diversos premios como, por ejemplo: tercer premio del National Press Photographers ASSN (EE UU,2008); segundo premio de fotoperiodismo por la Asociación Nacional de Informadores Gráficos de Prensa (España-2011); Premio Teobaldo de la Asociación de Periódicos de Navarra (2015); Medalla de Oro por la China International Press Photo (CHIPP) Awards (2015).
El penúltimo día de los Sanfermines de 2024, para él los últimos en AP, sus compañeros gráficos de otros medios le hicieron un homenaje en el que le regalaron una miniatura del kiliki Caravinagre.
Ahora se dedica a la familia, a estudiar Historia de España por la Uned y a recuperar su maltrecha espalda por haber acarreado cámaras durante cuatro décadas de profesión. A pesar de ello, tiene ganas de hacer algunos reportajes que le han quedado en el tintero.
¿Qué le trajo a Pamplona en 1980?
Lo de venir a Pamplona fue inesperado, pero previsible. Era un veinteañero que alternaba varias ocupaciones en Medellín; sin embargo, comenzaron los problemas de Pablo Escobar.
Entonces, ¿no es una casualidad su venida a España y el inicio del Cartel de Medellín?
Pablo Escobar, ese siniestro personaje de la historia, era vecino, vivía a 100 m de la casa de mis padres en La Provenza. Por las mañanas veíamos vehículos llamativos y de lujo. Como ya habían dado la película El Padrino, la gente decía despectivamente será un mafioso. Exactamente: el más mafioso de los mafiosos. Coincide con esta terrible historia de Colombia y mi padre me abre las puertas para venir a España.
¿Por qué Pamplona?
Vine a una ciudad pequeña y tranquila por recomendación de un amigo de mi padre. No conocía nada de aquí. Me admitieron en Periodismo de la Universidad de Navarra.
¿Cuál fue la primera impresión de Pamplona?
Una ciudad bonita con muchos árboles y jardines. Me llamaba la atención que la gente era muy seria.
¿Esa primera opinión no estaba un poco desfigurada?
A la semana de vivir aquí, se organizó una manifestación muy violenta en la plaza del Castillo: carreras, pelotazos y coches volcados. Me tuve que refugiar debajo de un coche. No sabía lo que estaba pasando.
Pero, ¿acaso en la Universidad no se comentaba la situación?
No, la Universidad era ajena a la realidad, no se hablaba de nada, ni de la violencia de ETA, ni de la transición política. Empecé a leer en los periódicos y a entender lo que estaba pasando.
¿Cómo nace su afición por la fotografía?
Desde pequeño me han gustado las artes plásticas, de las que mis hermanas son muy habilidosas. Mi padre tenía una Kodak de 35 mm, totalmente manual, que de vez en cuando me dejaba.
Vd. cuando se remonta a la fotografía analógica en la que se inició, utiliza la expresión la “magia de la química”, podría explicarnos que es lo que entiende.
En la fotografía clásica se trasladó la química a un objeto, la cámara, de la que salía un negativo químico se transformaba a papel. Me parece increíble. El digital es más práctico y resolutivo, pero no tiene esa magia, por eso hay gente joven que está comprando cámaras analógicas para experimentarla. El problema es que el digital nos acelera sin dejarnos concentrar en ese instante que para mí sigue siendo único e irrepetible. Insisto a los que se inician, el instante de la fotografía es único.
Entonces, ¿en ese instante irrepetible, aparentemente inmediato, hay algo de preparación?
Si hay que esperar una o dos horas a un punto de luz que estás buscando, se espera. Sabes que a una hora del día pasa por ahí la luz. Vas todos los días. Hasta que dices hoy es el día. Muchas veces pasas casualmente, hasta que dices este es el mejor día. Insistes e insistes en ese momento hasta que lo logras, pero es irrepetible.
¿Por qué deriva al periodismo gráfico?
Lo que más me despertó la conciencia de dedicarme al periodismo, fue el día del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Escuchando Radio Requeté supe que estaban entrando guardias civiles armados al Congreso de los Diputados y oigo la frase imperativa de Tejero “Alto todo el mundo”, después el ratatatá de una metralleta. No sabía que estaba ocurriendo, le pregunté a la patrona de la pensión, me contestó: “Otra vez los militares”. Al día siguiente, las fotos de Manuel P. Barriopedro de la agencia EFE, dieron la vuelta al mundo, ganó todos los premios que han existido para fotoperiodismo. Mi conclusión fue: “Quiero hacer esto, quiero seguir este camino”
¿Cómo entra en Associated Press (AP)?
Tras años de colaboración con distintos medios, empiezo a ver el fotoperiodismo de otra manera, no quiero hacer esto de Pamplona tan cerrado. En unos Sanfermines conozco a un fotógrafo irlandés de AP que me pasó el contacto del jefe, Santiago Lyon, que estaba en San Sebastián con el Mundial de Ciclismo del 96. Le llevé un portafolios con 200 fotos en 30x40 de mi archivo. Después de verlo, me dijo “Me gusta tu trabajo, mañana hay una huelga de camioneros en Francia, vete allí y envíanos las fotos”. Así empecé mi colaboración con AP que ha durado hasta julio de 2024.
Su primera foto de Sanfermines para AP fue del encierro en la curva de Mercaderes, tirado al suelo.
Se publicó en un periódico de Noruega, le escribieron a mi jefe preguntando si el fotógrafo que la había hecho estaba bien.
¿En qué medida el antideslizante que se echa en la curva de Mercaderes estos últimos años ha restado espectacularidad?
Indudablemente, sí. No hay caídas, no hay resbalones. Los primeros años estábamos expectantes del choque de los animales contra el vallado. Siempre algún corredor quedaba estampado entre la madera y las reses.
Tras haber cubierto cuarenta Sanfermines, ¿qué opinión tiene sobre las corridas de toros?
Para mí, los Sanfermines tienen un escalón en falso que es el sufrimiento del animal, por eso he llevado ese tema muy distante. Un día un compañero me dijo, “es como en la guerra”. Le dije no, no es como en las guerras, porque todo lo que rodea a la plaza se prepara para el sacrificio de seis toros en una tarde, se sabe lo que va a pasar. Una guerra comienza con un conflicto y no se sabe cómo va a acabar.
¿Qué fotorreporteros son sus referentes?
Emilio Morenatti, a pesar del apellido, es fotoperiodista español de AP que en un atentado en Afganistán perdió un pie. Incluso con una prótesis estuvo en la primera semana de la guerra de Ucrania. Tiene una enorme capacidad de esfuerzo, va a todas partes. Kevin Frayer fotorreportero canadiense de AP estuve con él en el paso fronterizo a Palestina. Buscó la hora a la tarde, para decirme “Está lloviendo, vamos ahora la gente se está mojando, pasa frio”.
¿Ha pretendido ser reportero de conflictos?
No, no. Con AP me ha tocado ir a sitios difíciles. Pero en las zonas de conflictos tienes que soportar la presión física, fatiga, pasar hambre, pasar miedo, y tener una buena movilidad para correr y saltar un muro. Me ha estimulado más hacer un periodismo de literatura que de redacción.
¿Se ha sentido más a gusto en lo que es foto noticia o en la foto reportaje?
Desde el principio me lo dejó claro Santiago Lyon: “tu trabajas con nosotros, y AP existe en España por el terrorismo de ETA. Gran parte de los recursos que tiene AP en España se va con tu trabajo”. En los años 90 el terrorismo era trabajo. Mis jornadas comenzaban a las cinco de la madrugada escuchando la radio. Iba cambiando el dial entre Radio 5, la SER y Radio Euskadi. Lo más dramático era de 7:30 a 8:00, y la hora más horrible: las 8 de la mañana.
¿Qué le queda de aquella época?
Este trabajo me ha dejado reflexiones para toda la vida. Y a la vez, me ha obligado a abrirme y a asumir cosas que mucha gente se dan media vuelta; no quieren verlas y las rehúyen por miedo o vergüenza.
¿Podría concretar más?
¿Hasta qué punto el ser humano es capaz de actuar y ser responsable de sus actos? Días antes de matar a Tomás Caballero vi una pintada en la Txantrea, “Caballero (un círculo y una diana) ETA Mátalo”. A los días lo mataron.
¿Cuántos corresponsales tiene AP en España?
Tres o cuatro. Para el País Vasco y Navarra estaba yo sólo. También iba a Aragón y a La Rioja. Ahora mismo AP tiene tres fotógrafos en plantilla y otros dos colaboradores puntuales en A Coruña y Valencia.
Después de cuarenta y tantos años viviendo aquí, ¿se siente más español, pamplonés o colombiano?
¡Hombre! Yo me identifico donde vivo. Aquí he vivido tres cuartas partes de mi vida. Aunque Pamplona y sus habitantes han cambiado mucho desde que llegué.
¿Qué considera bueno y malo de Pamplona?
La ciudad me atrae, me gusta, es cordial y acogedora. Tiene cosas atractivas. Sin embargo, he visto cosas que han ido por otros derroteros. Lo que más critico a los regidores del municipio: la desprotección de la arquitectura, se derriban casas que podrían ser restauradas de otra manera; y los árboles se talan fácilmente.
En la web de AP tiene varios reportajes magistrales, ¿qué le ha motivado para hacer estos trabajos?
Estos reportajes fueron para mí como un balón de oxígeno. Casi todos han salido por iniciativa propia.
De todos los reportajes nos ha llamado la atención el de la visita a los sitios de los atentados terroristas de ETA. ¿Qué sentido tenía?
Este reportaje fue un reencuentro con los sitios que han sufrido el terrorismo. Me ha costado mucho reintegrar Donostia en mi vida cotidiana. El reportaje que lo hice 2017, lo terminé con una foto de una calle limpia, bonita en contraste con una con manifestantes enmascarados, arrojando piedras y botellas. Para esta foto, me subí a un pequeño muro y un chico que pasaba me gritó: “¡Eh, fotógrafo deja de hacer fotos que te rompo la cámara!”. Me quedé callado. Me percaté de que, a pesar del cese definitivo de la violencia de ETA de 2011, todavía esto no ha terminado del todo, quedan muchos rescoldos.
Los fotógrafos han sido siempre objetivo de los violentos.
Cuando salía a veces a caminar, los manifestantes que estaba fotografiando me estaban señalando. Además, el inquietante control policial, ¿cómo te podían llamar por el apellido? Incluso decirte: “te hemos visto pasear con el perrito”. Un policía de paisano me preguntó: “¿Barrientos cómo has llegado antes que nosotros?”.
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