Sociedad

Quién es Pablo Sánchez, el ingeniero navarro que salva vidas con incubadoras y ha recibido el Princesa de Girona

Pablo Sánchez, el ingeniero navarro que salva vidas con incubadoras y ha recibido el Princesa de Girona. EFE / ARCHIVO
El pamplonés ha dejado su trabajo y vive sin sueldo para sacar adelante IncuNest, una incubadora de bajo coste que ya ha salvado a miles de bebés prematuros en países sin recursos.

Pablo Sánchez Bergasa no se conforma con mirar la realidad: quiere cambiarla. Este joven ingeniero navarro ha sido reconocido con el Premio Princesa de Girona Social 2025 por liderar un proyecto que ya ha salvado más de 4.000 vidas de bebés prematuros en países en vías de desarrollo. Pero detrás del galardón no hay una historia de éxito fulgurante, sino de entrega silenciosa, dudas, fe y compromiso.

Yo era un adolescente empanao, enganchado a los videojuegos”, confiesa él mismo, con una mezcla de humor y sinceridad. Poco hacía prever que aquel chaval terminaría creando una red internacional de solidaridad tecnológica. Hoy, al frente de la ONG Medicina Abierta al Mundo, Pablo impulsa la fabricación y distribución de IncuNest, una incubadora asequible y de código abierto, pensada para hospitales que no pueden permitirse los 35.000 euros que cuesta una máquina comercial.

Las suyas salen por 350 euros, gracias a una cadena de colaboración que incluye a alumnos de FP de los Salesianos, voluntarios técnicos y la logística de Ayuda Contenedores. Son aparatos robustos, fáciles de montar y mantener, capaces de operar incluso en zonas sin infraestructuras médicas avanzadas. “No inventamos la incubadora. Solo la hicimos accesible”, resume.

El diseño original de IncuNest se remonta a 2014. Lo desarrolló el ingeniero madrileño Alejandro Escario como proyecto de fin de carrera. Años después, Pablo se sumó como voluntario, pero el grupo original pronto se disolvió. Escario se marchó a EE.UU., otros abandonaron por falta de tiempo, y Pablo se quedó solo. “Me sentía indigno, pero lo veía tan necesario que decidí dar lo que tenía entonces”, recuerda.

Lo que siguió fue una etapa de trabajo voluntario, en los ratos libres, durante años. La idea fue cogiendo forma. Llegaron las primeras alianzas, las primeras incubadoras entregadas. Y también las primeras vidas salvadas. Nepal, Ucrania, Mozambique, Perú, son algunos de los países que hoy cuentan con una IncuNest.

Pero todo dio un giro hace apenas cinco meses, cuando recibió la llamada que cambiaría su vida: había sido elegido ganador del Premio Princesa de Girona Social 2025. “Fue como un grito. Una señal de que había que darlo todo”, cuenta. Y eso hizo: dejó su empleo, empezó a tirar de ahorros y se lanzó a impulsar el proyecto a tiempo completo.

Desde entonces, Pablo vive sin ingresos fijos. Su día a día gira en torno a la ONG, los envíos, las mejoras técnicas, las alianzas con hospitales. “Mis padres me preguntan: ‘¿Pero de qué vas a vivir?’ Yo voy a poner lo que esté en mi mano y el resto se lo dejo a Dios”, explica sin complejos. La fe, de hecho, forma parte esencial de su forma de entender la vida. No la esconde. Tampoco en su discurso en el Gran Teatre del Liceu, ante los Reyes y más de 2.000 asistentes: “Doy gracias a Dios, por ser un Dios de vida”.

Su decisión de lanzarse al vacío tiene mucho que ver con su experiencia como voluntario en el Cottolengo del Padre Alegre, donde convivió con religiosas que viven de la providencia. Allí sintió que él también podía confiar: “Dios ha transformado las derrotas en oportunidad, y el abandono en compromiso”, asegura.

Hasta la fecha, Pablo y su equipo han entregado 220 incubadoras. Parece mucho, pero para él es poco. Muy poco. “Las estadísticas dicen que más de un millón de bebés mueren cada año por no tener una incubadora. Hacen falta entre 100.000 y 200.000 IncuNest”, subraya.

Con el empuje mediático del premio, su objetivo ahora es industrializar la producción y llegar más lejos. “Ya no es una idea. Ya funciona. Lo que toca es ir a lo grande, crear alianzas, buscar apoyos, y llegar donde más se necesita”, afirma.

Él habla sin grandilocuencias, pero su convicción es firme. No quiere que el proyecto se quede en una buena intención: quiere que salve vidas de verdad, en todo el mundo.