La sanidad navarra está al borde del colapso
Para nuestra mentalidad y hábitos de vida es difícil imaginar una sociedad en la que no se disponga de un acceso rápido y completo a las prestaciones sanitarias. Desde las más básicas, como la atención por un proceso agudo leve, a las más complejas, como el diagnóstico y tratamiento de un cáncer o de una grave dolencia cardiaca.
Nos hemos acostumbrado a que la atención sanitaria esté ahí, al alcance de la mano, del móvil, en el centro de salud del pueblo o en la puerta de urgencias del hospital más cercano. Accesible, eficiente, amplia, siempre disponible a cualquier hora y en cualquier día, con profesionales preparados y motivados… Pensábamos que las prestaciones sanitarias, como el petróleo barato, la vivienda asequible y el hielo ártico, estarían con nosotros inmutables para siempre. Y no, no lo estarán.
Negar que el actual modelo sanitario está obsoleto y es insostenible, es como negar el cambio climático. ¡Ya está aquí! Empeñarse en sostenerlo en las actuales condiciones es perder el tiempo, es derrochar inversiones y es retrasar la solución.
La pandemia ha producido heridas profundas en la organización del sistema de salud y cambios irreversibles tanto en la demanda de la población como en las dinámicas laborales de los profesionales de la salud. El colectivo con mayor capacidad resolutiva, preparación y responsabilidad es el de facultativos/as, el que cada vez es menos proclive a aceptar condiciones laborales inicuas bajo el chantaje de la vocación.
Que un médico exija trabajar en condiciones dignas, para ofrecer una atención adecuada a los pacientes, no es ningún desdoro para el profesional, es una exigencia inaplazable.
Los médicos son los únicos profesionales de salud cuya jornada máxima es, por ley, de 48 horas semanales. En el caso particular de Navarra, que tiene una absoluta autonomía de gestión en materia de personal, este límite se sobrepasa continuamente.
Con la excusa de las “necesidades del servicio”, etéreas y manoseables, los facultativos realizan jornadas de 60, 70 y hasta 80 horas semanales, y más cuando se trata de los periodos vacacionales, en los que deben multiplicarse para cubrir, sin sustituciones ni nuevas contrataciones, a los compañeros ausentes. Pero no hay normas que lo acoten, no hay protocolos de prevención de riesgos laborales que nos protejan, no hay, en suma, voluntad de cambiar las cosas.
Si la sobrecarga durante la pandemia era una circunstancia excepcional y limitada, en la que cualquier esfuerzo adicional se asumió como parte de nuestras obligaciones, ahora es la rutina diaria. La falta de plantilla médica en atención primaria y hospitales, el cierre de prestaciones, la reducción de puntos de atención continuada, la limitación en las inversiones y, sobre todo, la ausencia de ideas, ha convertido nuestra sanidad foral en una sombra de lo que fue.
No hay capacidad actualmente, por mucho que los médicos acepten jornadas interminables y por más que acorten los tiempos de visita, para atender adecuadamente a una demanda cambiante y creciente. Es ahí, en esa demanda y en su gestión, donde hay que poner el foco.
Los recursos son limitados y la disponibilidad de personal médico escasa, consecuencia de unas malas condiciones laborales y un sobresfuerzo permanente. El afán del colectivo médico por taponar las vías de agua, por sostener un sistema amortizado, anquilosado y sin futuro, a costa de inmolar la salud y la vida personal, ha tocado techo.