Basta ya de titulitis: ¿valen más los títulos académicos que la honestidad?
Vivimos en una sociedad en la que persiste una peligrosa obsesión por los títulos académicos. En España, aún parece que quien no ha finalizado un grado universitario o no posee estudios superiores no es válido para desempeñar funciones públicas o de responsabilidad política, pese a haber iniciado tempranamente su vida laboral. Se acostumbra a asociar el valor de una persona exclusivamente al contenido de su currículum académico, despreciando el talento, la experiencia y el compromiso real con la sociedad.
La realidad, sin embargo, es bien distinta. Son muchas las personas que, por razones ajenas a su voluntad —económicas, familiares, laborales o personales— no han podido acceder a estudios superiores o, en su caso, los han iniciado sin poder finalizarlos. Operarios/as de fábrica, dependientes/as, limpiadores/as, obreros, agricultores, ganaderos/as… ciudadanos de a pie de calle, que conocen de primera mano los problemas reales de la sociedad. Y muchos de ellos que, de forma altruista, desde pequeños ayuntamientos, concejos, juntas vecinales o asociaciones, han demostrado una gran capacidad de gestión, liderazgo y vocación de servicio público.
Conozco bien esta situación. En mi caso, accedí a la política municipal en el año 2011, en un momento extremadamente complicado, cuando la banda terrorista ETA aún ejercía la extorsión, la amenaza y el miedo. Dejé en segundo plano mis estudios para cumplir un firme compromiso con la paz y la libertad, asumiendo responsabilidades al frente del Ayuntamiento de Villava, una localidad profundamente radicalizada en aquellos años por la izquierda abertzale. No fue una decisión fácil, pero sí necesaria. Como tantos otros jóvenes comprometidos, prioricé —de manera inconsciente— el deber frente a los estudios, compaginándolo con el trabajo, porque no me cabía en la cabeza que una banda terrorista te pudiera matar a punta de pistola por pensar diferente, sin ser consciente de dónde me estaba metiendo… pero eso ya es otra historia.
No me sorprende, por ello, que Noelia Núñez González (PP) —como tantas otras personas de diferentes partidos— haya sentido la presión social de ocultar lo que no ha podido terminar. Y que lo haya hecho no por soberbia, sino por miedo a no ser considerada apta socialmente, pese a haber demostrado con creces su talento, su esfuerzo, su valía, su liderazgo y su compromiso político en el Partido Popular. Vivimos en una sociedad que penaliza más la falta de un título que la falta de principios, y que empuja a muchas personas a tapar lo que considera “vergüenzas”, cuando en realidad son circunstancias personales que deberían ser comprendidas con empatía.
Por supuesto, no se debe justificar el falseamiento de un currículum. Mentir no es admisible. Pero también es cierto que deberíamos revisar con urgencia qué estamos valorando y premiando en quienes acceden a la vida pública. ¿De qué sirve una Licenciatura en Derecho o un Máster en Abogacía si quien los posee jamás ha ejercido como abogado/a y ha vivido siempre aferrado a la política desde distintas instituciones? Esa es la otra cara de este problema.
Quizás ha llegado el momento de dejar de medir la valía de una persona por su expediente académico y empezar a hacerlo por su honestidad, su dignidad, su trabajo, su experiencia en la vida, su sensatez, su cercanía con la gente y su vocación de servicio público. Con o sin estudios, cualquier español que haya demostrado integridad y compromiso merece tener voz en nuestras instituciones.
Porque, al final, la verdadera dignidad política no la da un título, sino la entrega diaria al bien común. Por todo ello, valoremos a las personas en su integridad.
Carta enviada por Richard García Palacios, concejal del PP en el Ayuntamiento de Villava (Navarra).