El Flâneur de Sangüesa

La vida es un paseo. Enfrentarme a la Calle Mayor como si la estrenase con mis pasos. Saludar a mis paisanos con un fuerte apretón de manos o con un abrazo sentido. Evocar mil y un episodios de mi vida transcurridos entre las arterias y venas de ese sentimental lugar.

Descubrir las calles de mi ciudad como si fuese la primera vez. Detenerme en la portada románica de la Iglesia de Santa María y trasladarme en un instante al medievo. Volver la vista atrás y advertir la Torre Eiffel echando la siesta en forma de puente de hierro.

Supongo que todos estamos enamorados, de una manera u otra, de nuestras raíces, de nuestra tierra, de nuestro pueblo.

Allí donde la infancia y adolescencia, paraíso del que nunca podremos ser expulsados, se instalan en nuestra memoria y que, por mucho que pasen los años, se mantienen perennes y sedientas de melancolía.

Enfrentarme a la Calle Mayor como si la estrenase con mis pasos. Saludar a mis paisanos con un fuerte apretón de manos o con un abrazo sentido. Evocar mil y un episodios de mi vida transcurridos entre las arterias y venas de ese sentimental lugar.

Hubo un tiempo en el que explorar y mirar tu ciudad tenía un nombre.

Se denominaba flânerie.

Un término del siglo XVI procedente del nórdico antiguo. Provenía de la palabra flana, que significa ‘vagar sin propósito’.

¡Oh, cuánto me gusta a mí vagar así!

A lo largo de los años, tuvo un matiz despectivo, conociéndose a aquellos que vagaban de tal forma como flâneur, traduciéndose el concepto como "persona vaga".

Pero en el siglo XIX todo cambió. París se amplió y se crearon avenidas imperiosas con grandes plazas, con majestuosas fuentes, con filas de árboles de hojas lindas y verdes y amarillas, con edificios neoclásicos, con parques de dulces y claros verdores.

Y todo el mundo se echó a la calle a practicar la flânerie.

El flâneur dejó de ser un holgazán, un vago a ojos de toda la sociedad, para convertirse en una persona curiosa por descubrir los rincones de su pueblo o ciudad, las animadas y bulliciosas calles abiertas, similares a un sueño.

Honoré de Balzac, autor francés del siglo XIX, lo describía como "la gastronomía de la vista".

Suena bonito, ¿verdad?

El observador apasionado de su entorno se relamía con la multitud y con los aires de los pájaros, así como con el flujo y el reflujo, el bullicio o con lo fugaz y lo infinito.

Disfrutar de tu entorno, pero de forma invisible. Sin ser advertido.

Y así me siento por mi bella ciudad de Sangüesa.

Paralizado, temporalmente, frente a la Iglesia de San Salvador, que ya pronto será "salvada".

Atender el discurrir del río Aragón, que lame y besa los contornos románticos de mi tierra.

Caminar por todas partes muy despacio para detenerme, poéticamente, en cualquier cosa que mis enamorados ojos puedan encontrar.