Oda a Maradona
Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha
Este verso, che, entra con la izquierda.
Huelga decir que no sé de fútbol.
Ser hijo no significa ser padre
como ser poema no es lo mismo que gol.
No he visitado Argentina;
quizá solo a través de Jorge Luis Borges,
Así que, quitando Perito Moreno,
Eva Perón, Gardel, vos y yo
ya solo me queda Calamaro,
un boludo compañero de trabajo llamado Federico
y esa peli que tanto me gustó.
¿Cómo se llamaba, pibe?
El secreto de sus ojos.
Yo tenía diez años en el 86
y quería ser Maradona.
Luego quise ser Becquer;
y tres hojitas en el parque de mi Sangüesa
y una madrugada de conchas (españolas)
y unas sábanas blancas colgadas
y un lugar donde se oscurezcan las magnolias.
En una televisión marrón marca Telefunken
recuerdo a mi abuelo alzar los brazos.
Estaba emocionado.
Barrilete cósmico de qué planeta viniste
para parir serpientes de lágrimas
en las cuevas dormidas
de los ojos de mi viejo.
¡Pibe! Le volviste loco
al que escuchó a la Piquer,
al que leyó la muerte de Lorca,
al que gestó a mi vieja
y, por ende, mis huesos
y mi alta frente y mi sonrisa
que es la de la Selva de Irati
y de las Dunas de Maspalomas.
A mi modo quise al diez
-disimulen mi cariño
aquellos que no lo compartan-.
Yo también me puedo equivocar,
aunque el poema no se mancha.
Al rato del 22 de junio acabó el partido
y me apuntó mi abuelo:
Hoy, Pablito, la poesía la escribió
Diego Armando Maradona.
Ahora escribo estas letras
en un fondo blanco
trazado en rayas de azul.