Unas vistas preciosas

En el último día del mundo, quisiera plantar un árbol.

Hay un árbol en Sangüesa al que me subía cuando era niño.

La rama más próxima al suelo me resultaba muy accesible a esa edad y, como si de una escalera natural se tratase, me servía de primer escalón para alzarme a la copa de aquella montaña de hojas y ramas.

Desde lo alto, como si se tratase de un pájaro escondido, espiaba a los caminantes e incluso les silbaba. Ellos se giraban, sonreían y se perdían por el camino que lleva al puente Uñesa.

Recuerdo que pasaba muchas horas encaramado en ese pino, creo que era un pino, soñando con aventuras e ideando juegos con los que cubrir aquellas horas infantiles que pasaban lentas o fugaces dependiendo de la actividad a la que recurriese.

Algo así debió pasarles a unos jóvenes hace un tiempo.

Decidieron subirse a la copa de varios árboles del campus de la Universidad de Navarra.

Lanzaron varias cuerdas entre rama y rama y, como si fuesen la célebre trapecista, Pinito del Oro, se desplazaron por las alturas de un árbol a otro.

La seguridad de la Universidad se personó y, alzando la vista al cielo, observaron, con la caída de la tarde, entre ramas y estrenadas estrellas, a los jóvenes circenses.

Ni la Policía Nacional ni la Policía Municipal ni los bomberos disuadieron a los deportistas.

Adujeron que no oían desde las alturas a los cuerpos y fuerzas de seguridad conminarles a que descendieran y que menos aún veían el dispositivo que reguló el tráfico ni a los dos camiones de bomberos que se personaron con sirenas y todo, ya que la frondosidad de los árboles no les permitía advertir tal operativo.

Algo debió ocurrir, pues a los minutos descendieron.

Sus alas se quebraron y, al cabo de unos minutos, los pájaros se convirtieron en homínidos.

Una multa para los cuatro encaramados fue el desenlace final de esta anécdota que nos invita a pensar que no todo es posible.

Que si quieres practicar la modalidad deportiva denominada highline y que consiste en ir de árbol en árbol, debe hacerse en lugares especializados en los que no suponga un riesgo para aquellos que transitan por esas vías.

Recientemente, en mi visita a Sangüesa, admiraba el árbol al que ascendía en aquellos tiempos de rodillas amoratadas y sueños de piratas.

Quizás un día piense en trepar de nuevo a aquel pino, creo que era un pino, para espiar a los caminantes e incluso silbarles. O, tal vez, no lo haga por temor a ser multado.

Sea lo que fuere, con este breve relato me he encaramado a mi infancia y debo decirles que he disfrutado de unas vistas preciosas.