Morante de la Puebla: la retirada que dolió más que una cornada

Morante de la Puebla durante una vuelta al ruedo en la Feria del Toro de San Fermín. EFE/Jesús Diges

"Cayó el telón para Morante en el ruedo, pero es ahora nuestro deber volver a luchar por sentir algún día lo mismo que todavía hoy no podemos describir".

Han tenido que pasar un par de días para poder escribir sobre el tema. Desde el momento en el que asistí, a través de la televisión, a esa despedida, no he podido siquiera iniciar mi particular proceso de aceptación. Morante de la Puebla se ha retirado.

¿Se acabaron los toros?

No sabría describir la sensación que experimenté el pasado domingo por la tarde. De hecho, todavía sigo sin poder describirla. ¿Acaso alguno podemos? Los hay quienes corren a ponerse la medalla en el pecho, recordándonos que ellos, en su infinita sabiduría taurina, ya se barruntaban una retirada. Otros, algunos sinceros, otros subidos al carro de la moda neomorantista, siguen rasgándose las vestiduras, tirándose de los pelos y golpeándose el pecho en una suerte de manifestación del duelo retórico y emocional.

La mayoría, impactados, desolados, huérfanos, herederos inesperados de un vacío emocional que se materializa en el momento en el que un hombre se quita la castañeta en los medios de un ruedo, solo. Como nos sentimos ahora: solos.

¿Se acabaron los toros? Por supuesto que no. No terminaron cuando Guerrita se hacía esta misma pregunta tras fallecer Joselito en Talavera, y no terminarán ahora. Pero sí termina, o eso pensamos, una carrera. Falta mucho todavía para hablar de épocas. Cómo nos gusta clasificar y encajonar en secciones el tiempo, la carrera de alguien, su vida…

La racionalidad característica del ser humano deja de cobrar sentido en el momento en el que un fenómeno de estas características acontece. En la tauromaquia, la periodización sistémica deja de cobrar sentido en favor de nuestro lado más emocional.

Del llanto al aplauso pasaba el público de Las Ventas con la retirada de Morante: de la tristeza al agradecimiento, de la sorpresa al golpe de realidad. ¿Qué tendrá la magia del toreo para que sigamos sintiéndonos así por un torero?

Precisamente este adiós del héroe nos recuerda a todos que somos mortales. Habitualmente contemplamos desde el tendido cómo un valiente expone su vida ante la fuerza de la naturaleza, arriesgándonos, como mucho, a un susto que nos levanta de una cómoda almohadilla. Pero cuando es esa fuerza artística la que se decide marchar, nos expone a todos a la embestida de la vida, pues nos recuerda que somos mortales gracias a lo vivos que nos ha hecho sentir el toreo.

Ahí está el impacto de la retirada de Morante, en lo más profundo de cada una de las personas que le hemos visto torear con mayor o menor acierto durante años. El hecho de no volverlo a ver nos recuerda que un día sentimos, que vivimos.

¿Se acabaron los toros? No. ¿Se acabó el toreo? Tampoco. Cayó el telón para Morante en el ruedo, pero es ahora nuestro deber volver a luchar por sentir algún día lo mismo que todavía hoy no podemos describir.