Aquiles en el sofá

Mesa de Navidad. ARCHIVO
Hay algo de epopeya doméstica en todo esto. Las grandes batallas ahora son pequeñas: conseguir que un crío se ría, que una cena salga bien, que nadie se enfade por tonterías. Crear buen ambiente.

Con la edad todo se modera. Ya no hay grandes comilonas, ni grandes pedos, ni grandes resacas, ni grandes dramas, salvo el único que no admite negociación: la vida, que nace, crece, se reproduce quien lo haga y se muere. A partir de cierta edad el mayor conflicto es la supervivencia. Lo demás se ordena solo. Está la familia, que siempre está; los amigos que no fallan; y los amores que se quisieron quedar.

Fuera de Tuiter ya no discuto con nadie. Ni siquiera en Tuiter: con silenciar, solucionado. La transición de un after clandestino a un claustro con frailes y gregoriano es posar el dedo en un recuadro de luz.

La moderación, eso sí, se disfraza de virtud. Lo pensaba el otro día, atrincherado en la cena de Nochebuena, frente a un foie casero —por lo tanto ilegal, seguro—, porque hoy todo lo casero incumple alguna ordenanza o debería pagar impuestos. Un cuchillo para cortar lascas, unos panecillos y un Viña Tondonia. Más que austeridad, minimalismo: lonchita de mi-cuit, tostada y traguito de vino. Como un rosario, con sus letanías y todo, o como un mantra, si uno quiere ir de moderno, y entras en trance, como Mosén Millán pero sin remordimientos. Para qué más.

Están bien las Navidades, sobre todo si hay niños cerca. Mejoran todo. Te obligan a comportarte con atención para no fastidiarla, porque quién eres tú para estropearle la ilusión a alguien que todavía cree que las cosas pueden salir bien. Tampoco hace falta tanto para seguir siendo un héroe: trae ese mando, a ver si consigo pasarme el monstruo de final de pantalla en el que llevas días atascado. Te lo pasas. Y quizá sea lo mejor que he hecho este año: sepultado entre abrazos, risas y alegría en el sofá, como Aquiles en Troya después de cargarse a Héctor.

Hay algo de epopeya doméstica en todo esto. Las grandes batallas ahora son pequeñas: conseguir que un crío se ría, que una cena salga bien, que nadie se enfade por tonterías. Crear buen ambiente. Huyo de la gente que no pone de su parte para crear buen ambiente. Hazte un Tuiter y deposita allí lo que te sobra, como hacemos todos, no manches el mantel. Hazañas mínimas que no van a salir en ningún libro, pero que son las que sostienen la vida. Aquiles tuvo su momento y luego se murió joven, que es lo que pasa cuando solo buscas la gloria. Nosotros elegimos otra cosa: durar.

Luego vuelves a la mesa con los adultos y continúas el ritual. Que la noche vaya menguando con educación, entre conversaciones de recuerdos y de belleza: un libro, una película, un viaje que ojalá se dé, un restaurante nuevo o un paisaje al que hacía tiempo que no volvías. ¿Y tú qué tal? Bien, siempre bien. Apuras la copa antes de irte a la cama con la tranquilidad de no estar empachado y de saber que no despertarás con resaca. No hay virtud en la moderación, es solo bendita supervivencia.

La vida adulta es un poco eso. Si de joven buscas el sobresalto y te entregas a él, cuando el horizonte se acerca y la salida se aleja solo quieres la línea recta. El sobresalto ya llegará, no hace falta llamarlo antes de tiempo. A veces no sé si esto es sabiduría o simple cansancio, pero funciona. Aún queda una copa más que beber despacio, pero te la guardas para mañana, que aún el vino estará en su punto. Y eso es todo.