Asirón prohibe la alegría española del centro de pamplona

Queremos pantallas para ver el partido juntos, clama el pueblo feliz y faldicorto, grito que ha surgido sin que nadie lo esperara. Y claro, eso cuando crees que eres alikate de una ciudad homogénea, te deja más perdido que un pulpo en un garaje porque tú en la pluralidad ni crees ni mucho menos la respetas, que si no no serías aberchándal.

Esta selección española de fútbol, por lo que sea, ha enganchado a la gente joven y eso tiene desconcertado al partido de la eta, plagado de cincuentones/sesentones canosos, gordos, con pendiente y el ácido úrico por las nubes. Es divertido ver a viajeles como yo con la mirada cruzada al constatar cómo la chavalería se les ha sublevado y no sigue los postulados rancios y casposos aberchándales.

Queremos pantallas para ver el partido juntos, clama el pueblo feliz y faldicorto, grito que ha surgido sin que nadie lo esperara. Y claro, eso cuando crees que eres alikate de una ciudad homogénea, te deja más perdido que un pulpo en un garaje porque tú en la pluralidad ni crees ni mucho menos la respetas, que si no no serías aberchándal. Tu ideología en los últimos 50 años solo se ha dedicado ha combatir la pluralidad, incluso a bombazos, o sobre todo a bombazos.

Con Asirón hay que partir de la base de que ninguna de sus decisiones tienen origen en el respeto al diferente porque su ideología al diferente lo ha ametrallado, como queda demostrado en las listas electorales de su formación, plagada de condenados por terrorismo etarra, a los que rinden culto y pleitesía, homenajean y brindan por ellos, sin disimulo alguno.

Partiendo de ese punto, digo, el único motivo por el que el alikate Asirón ha autorizado la pantalla gigante para ver la final de la Eurocopa de España contra Inglaterra es alejar a la Pamplona del futuro, la Pamplona alegre y festiva, la pamplona del respeto y la concordia, del cuarto de estar de antaño de todos los Pamplones, ahora solo reservado para los feligreses fanáticos del alikate de la discordia.

La escena es fácil de imaginar, viendo los innumerables vídeos que vuelan por las redes y que saltan de WhatsApp en Whatsapp, esos donde en los bares de lo viejo se ve un estallido de euforia popular por el pase de España a la final como no se recordaba, el alikate entró en pánico.

Me despollo imaginando al alikate, a berridos, corriendo por los pasillos de su torre de marfil en pleno ataque de ansiedad. Fuera, fuera, echadlos, echadlos de Irroña, hay que hacer algo, no podemos consentir que la gente libremente celebre lo que le dé la gana en el epicentro de la fiesta. Hay que impedirlo. El epicentro de la fiesta es nuestro y hacemos con ella lo que queremos, como cuando los aberchándales suspendimos el chupinazo porque preferimos antes que la fiesta, secuestrarla, colocando una ikurriña demencial que tapaba la fachada del ayuntamiento para someter la plaza abarrotada a nuestra neurosis.

Si a eso sumas que el Pobre de mí, un acto más íntimo y propio de la ciudad que el chupinazo, lleno de foráneos que no saben muy bien de qué va el asunto ni dónde están, últimamente se había convertido en un plebiscito de reprobación contra el alikate de la discordia, de la violencia política, del rencor y del odio social, cuatro patas fundamentales de su ideología aberchándal, pues para qué quieres más. Fuera, largo, al extrarradio de Irroña, por españoles.

Espoiler, le saldrá mal. Aunque gane Inglaterra no podrán celebrarlo los aberchándales porque Inglaterra es también el enemigo, vía sus socios irlandeses, y la gente tiene unas ganas locas de seguir pitándole en el Pobre de mí a este alikate sin apoyo popular, fruto de una alianza estrambótica impuesta por Sánchez desde la madrileña calle de Ferraz para seguir de inquilino en la Moncloa. Y eso es todo.