Los fugaces 80 años de Eric Clapton

Eric Clapton durante un concierto. Majvdl
Ayer, Eric Clapton cumplía 80 años. Guitarrista. “Mano lenta”, un apodo con el que quisieron denigrarle y que acabó siendo el mejor elogio posible. 

Se me ha aparecido en las redes sociales con un gorro de pescador, camiseta gris bajo una camisa vaquera sin abrochar, gafas de pasta negra y barba de lija blanca. Ahí estaba, con un café americano delante, sentado en un cutre y pequeño diner neoyorquino, sin rastro del glamour del que pintó Hopper con amplias cristaleras.

Si no te fijabas bien, podrías confundirlo con Woody Allen. Todos los viejos se parecen. La edad diluye los rasgos que nos hacen particulares. El paso del tiempo te condena a ser un muñeco de cera derretido, como los que son pasto de las llamas en la película Los crímenes del museo. Terror. 1933. ¿A alguien le sigue interesando el cine? No lo creo.

Ayer, 30 de marzo, Eric Clapton cumplía 80 años. Guitarrista. “Mano lenta”, un apodo con el que quisieron denigrarle y que acabó siendo el mejor elogio posible. Yo me subí a su tren en marcha con el Unplugged que grabó para la MTV, la cadena de televisión musical que fue nuestro maná cultural en el desierto. Aquellos discos, cuando tienes 15 años —el de Nirvana, el de Springsteen—, fueron como salir de la caverna de Platón y ver el Sol en su cenit.

Luego, la MTV se diluyó, volviéndose indistinguible del resto de la tele; todas las emisoras viejas se parecen, hasta que se extinguió sin que nadie preguntara más por ella. Los videoclips dejaron de ser modernos, como la gente de la letra de la canción “Ser brigada” del grupo León Benavente, y se volvieron anticuados. Llegaban nuevas ideas que no eran nuevas, sino recicladas.

Nadie se subirá a ese convoy, al de Clapton, digo, que en mis tiempos llevaba una ristra de vagones enorme y una velocidad de crucero tan endiablada que ya había recorrido gran parte de su trayecto. Tears in Heaven no era Cream, pero al menos tenía un sentido. Clapton hoy está retirado, como todo lo que tuvo vida. La ventana en la que existimos es ridícula. Es un milagro que algunos elegidos logren dejar un legado monumental en un tiempo tan breve, mientras la mayoría no pasamos de balbuceos.

Quedará en los estantes, como una obra de arte más, sin el sentido que tenía cuando fue creada y era útil, servía para algo, no solo para contemplarla como las monedas antiguas, las fíbulas o las hebillas de civilizaciones perdidas, relegadas a una vitrina del museo arqueológico.

Habrá otros clásicos, siempre hay otros clásicos. Clásicos que ni han nacido, pero ya no serán los nuestros. Los nuestros ya van de salida, como nosotros. “Ya nos veremos”, nos decíamos cada vez que nos cruzábamos, o “ya nos buscaremos”, pensabas de los que habías dejado de saber, pero nunca más os visteis, nunca más supisteis.

¿Existirán los clásicos futuros o todo será una mentira creada por Inteligencia Artificial, una máquina de hacer churros virtuales, como ya son todas las sagas de superhéroes que han concedido una prórroga a las salas de cine para que den sus últimos coletazos?

En fin, tempus fugit. Y esa ya no será nuestra guerra. Nosotros fuimos la última generación donde las cosas se creaban y existían. Ahora se crean y no existen. Y eso es todo.