El invierno que trajeron Uxue Barkos y María Chivite a Navarra

La presidenta del Gobierno de Navarra María Chivite felicita a la expresidenta de Navarra y líder de Geroa Bai, Uxue Barkos. EFE
En estos gobiernos del aberchandalato de Barkos y Txibite que llegaron hablando mucho de arraigo mientras observamos cómo las mejores oportunidades agarran la autopista y se largan sin mirar atrás.

Ayer no dejaron de pasar por los cielos de Pamplona bandadas de grullas huyendo hacia el sur. Presagio de que lo bueno se acaba y comienza el invierno cabrón de fríos y humedades, en el que tan a gusto se encuentran los tremendistas que estaban desde hace semanas con su turra de que estas temperaturas otoñales de 18º C no son normales, que vamos a morir todos, que a ver si llegan ya los bajo cero para poder vivir tranquilos de una vez. El aberchándal, por algo que se me escapa, adora el frío: cuanto más desapacible todo, mejor.

La gente sacaba el móvil y capturaba el espectáculo. El trompeteo —que así se llama el sonido, dice Google— llenaba la tarde de melancolía. Era un recordatorio de que hay seres que no se quedan esperando a que la realidad les pase por encima. El Apocalipsis no llega con un estallido bíblico, sino en estos pequeños signos: viajes que se emprenden en silencio, huidas discretas, rutas de fuga que se abren en cuanto la vida se enfría.

Y la gente que no puede huir se queda contemplando el asunto desde abajo, como yo miro los aviones verdes de Binter que van a Canarias cuando despegan de Noáin, un poco con resignación, un poco con envidia: en tres horas puedes dejar este clima insano que te congela los pulmones y el alma y pirarte en mitad del invierno, como las grullas, a disfrutar del buen tiempo y del aire tibio en la garganta.

Quedarse siempre suele ser triste, mientras ves a los afortunados que hacen las maletas y se amontonan frente a los vehículos, antes de una guerra inminente, para ser evacuados lejos, a lugar seguro. Irse para vivir, ese anhelo tan humano, como Vincent Freeman, el personaje de Gattaca, ese peliculón que algún día será ponderado como merece, mirando los cohetes despegar con la convicción de que su sitio está allí dentro, camino de las estrellas.

Y ahí, viendo a las grullas, pensé inevitablemente en Navarra. En estos gobiernos del aberchandalato de Barkos y Txibite que llegaron hablando mucho de arraigo mientras observamos cómo las mejores oportunidades agarran la autopista y se largan sin mirar atrás. Porque las grullas no son las únicas que migran. Aquí también han emprendido vuelo fábricas, inversiones, proyectos industriales que un día dieron empleo y futuro, y otro día —sin trompeteo, sin poesía— anunciaron que se iban. Barkos y Txibite prometieron estabilidad y progreso… que solo han visto sus familias y sus compañeros de partido, mientras las naves industriales se fueron vaciando, como campos de cultivo donde ya no vuelve nadie a sembrar.

La migración de las empresas tiene algo de ese mismo instinto que las aves: huir del frío. Cuando el clima político se vuelve hostil, cuando la incertidumbre se convierte en norma, cuando se legisla a golpe de majaderías aberchándales, las empresas hacen lo que hacen las grullas: buscan latitudes más benévolas. Nadie abandona un territorio fértil porque sí. Nadie desmonta una fábrica por deporte. Pero Navarra lleva años acumulando decisiones que enfrían, que desalientan, que espantan, que han originado un éxodo silencioso de jóvenes que no encuentran sitio, empresas que renuncian a crecer aquí, inversores que prefieren establecerse en comunidades donde todo sea más fácil.

Es el mismo espectáculo que vi ayer en el cielo: figuras perfectas en formación, alejándose con serenidad, como si la marcha fuera lo más natural del mundo.

Y abajo, como siempre, nos quedamos los mismos, contemplando las sombras, escuchando el trompeteo que nos advierte del frío que se nos viene. Porque hay inviernos que entran por el clima y otros que los fabrican los gobiernos. Y eso es todo.