La izquierda nos llama locos

La bancada socialista aplaude al presidente del Gobierno Pedro Sanchez junto a Carmen Calvo y Pablo Iglesias, vicepresidentes del Gobierno.ARCHIVO

Como cada mañana, Sísifo se levantó aún de noche, en su taza del capitán Haddock se puso un café y se sentó en su escritorio a empujar la roca, que es mi izquierdita, de nuevo ladera arriba.

Mi izquierdita solo te ofrece ideología para comer... y cuando le pides decisiones concretas, acciones reales, que cambie una bombilla de la farola si está fundida, te echa más ideología hasta empachar, para que te calles, con la boca llena.

Su reino no es de este mundo, ellos solo aspiran a gobernar en el alma, tu cuerpo les da igual y la comodidad de ese cuerpo en el espacio ya ni te cuento. Como no saben construir un sillón en el que puedas sentarte a descansar, quieren solo que lo imagines.

Traga, facha... y calla. Una y otra vez. Y ladera arriba, con esa pesada roca, avanzas cada día hacia la cima, que es la libertad.

El chistar, para que no digas nada, es su obsesión, que te quedes mudo haciéndote sentir vergüenza por decir que el sillón no existe, haciéndote sentir miedo por decir que el sillón no existe mientras ellos -en realidad solo los que mandan en mi izquierdita, que la tropa sigue siendo tan pringada como siempre-, se tumban en una hamaca plantada en mitad un chalet con jardín. Una tumbona sólida de las que suenan si le das con los nudillos del puño cerrado que hace un segundo tenias en alto, haciendo creer a tus votantes que la revolución era otra cosa, cuando es lo de siempre.

Mi izquierdita siempre empieza la revolución por sus élites y la termina cuando se acaban sus élites. Para sus fieles solo tiene un collar que les coloca alrededor del cuello. Ataca, no permitas que nadie ponga en duda el gobierno de progreso. Ataca, ládrale sin piedad, que no se les escuche, llega donde haga falta, muerde, no vayan a descubrirnos el truco y jodernos la copa de ron venezolano mirando el agua de la piscina.

Y la tropa se puso a ello, ciega, a servir a su amo para que la disidencia de ese plan perfecto enmudeciera.

Empezaron hace mucho llamándote fascista, que era poco más o menos que llamarte toca niños... y durante un periodo les funcionó. Llamaban fascista a quien dudaba y este cerraba la boca y se daba la vuelta, yéndose en silencio por donde había venido. Hasta que quemaron la palabra, claro, y ya no significaba nada porque todo era fascismo que es como decir que ya nada lo era.

Y entonces se inventaron lo del oído, discurso de odio y similares para que la gente no se atreviera a disentir. La opinión contraria a su cosmovisión era despachada con un "solo buscas sembrar el odio". Y les volvió a funcionar. Muchos que señalaban que ahí no había ningún sillón donde sentarse bajaron la cabeza y callaron. Silencio, pero incluso ese conjuro mágico sin sustancia se les acabó.

Hoy, quemados el fascismo y el odio, mi izquierdita está tratando de limitar la libertad de expresión apelando a la enfermedad mental. Quienes ayer eran fascistas, luego sembradores de odio hoy son locos. Estás loco, claman. Calla, loco. Hay que callarlo, hay que obligarle por ley a que calle porque no está en sus cabales. ¿Quién puede oponerse a lo que sea, incluso hacernos más esclavos, por motivos de salud?

Y en nombre de la salud... empezó a construir mi izquierdita un país totalitario. ¿Les suena? Y eso es todo.