Yo fui joven en la Pamplona de los 90

Disturbios en el casco viejo de Pamplona. EFE
"Está por contar la historia de esa juventud de Pamplona que nada tenía que ver con la violencia aberchándal y que fue sepultada por el poderoso y jerárquico mundo batasuno".

El arte siempre se ha preguntado si el personaje del cuadro de Munch gritaba o escuchaba el grito. Y yo siempre he pensado que las dos cosas a la vez, como cuando en los 90 gritábamos y escuchábamos el grito de Sabotage, de los Beastie Boys.

Aquella época en la que salíamos del bar Los Portales no a fumar sino a evitarlo por un rato, cerveza en mano, y veíamos a los boronos aberchándales cruzar coches y tirar piedras, como subnormales, por la calle Mayor. Hasta que se te acababa el botellín y te bajabas a por otro.

La rabia era nuestra, gritábamos y escuchábamos en silencio, como los cuatro cuadros de Munch, mientras los boronos de la ikurriña, con alma funcionarial, nos jodían la noche. O lo intentaban porque jodernos, jodernos... nos han jodido poco.

Las juergas siempre se abrían camino, como la vida, y si la cosa se ponía especialmente desagradable, mucha cohetería a ras de suelo y botellas incendiarias que dejaban unos regueros de fuego pringoso, nos íbamos a San Juan y allí se quedaban ellos, a leñazos contra los bordillos de las aceras para sacar munición lítica contra la policía.

Otros días directamente conseguíamos salir de este pozo insalubre que es y era Irroña, poner tierra de por medio con esta ciudad asfixiante que siempre te mira, que siempre te está mirando, solo para que no te salieras del carril que el aberchandal trazaba por la vía supuestamente pública, privatizada por y para ellos.

El absurdo llegaba a tal extremo que, una vez, un conocido salió tocado de un garito, se apoyó tambaleante en la pared, arrancó sin buscarlo un cartel etarrilla y un tronado le vino, con intención de cascarle, por haber profanado algo sagrado. Hasta que tomó conciencia de que nos acercamos ocho sin abrir la boca, a ver en qué acababa aquello, y él solo era uno. Empezó a recular sin dejar de amenazarnos. ¡Qué tiempos, tú!

En defensa propia siempre estábamos planeando rutas de escape, buscando un poco de aire fresco, I'm ready for the push, como en el 91 en Berlín esperaba U2 en Zoo Station. Nosotros, mochila en mano, esperábamos en la vieja estación de autobuses para salir pitando a la playa y respirar algo más que violencia y opresión euskofascista.

Está por contar la historia de esa juventud de Pamplona que solo quería ser joven, hacer cosas de jóvenes, que fue mucha, que nada tenía que ver con la violencia aberchándal y que gritaba y escuchaba su grito en silencio. Esa juventud a la que pertenecí y que fue sepultada por el poderoso y jerárquico mundo batasuno -los euskomayores mandaban, los euskocríos obedecían- de finales del milenio pasado, que parecía que copaba toda la calle.

Pertenezco a una generación en la que no ha creído en nada, guardo con cariño todo el nihilismo que desplegábamos para descojonarnos de aquellos gilipollas fanáticos que se creían las milongas que les contaban. Todo este ambiente me volvió a la cabeza el otro día, cuando leí una noticia curiosa, ahora que están tanto con la matraca de la vivienda. Tras Junts y el PSOE, el partido que más diputados rentistas tiene es Bildu.

Los dirigentes siempre se han colocado bien, que no sus votantes, que esos siguen en el mismo fango que hace 30 años, pero como todos, mucho más viejos, ellos, incluso, sin haber sido realmente jóvenes nunca. Jamás mataron al padre, como mucho, al del vecino, que no es lo mismo. Y eso es todo.