Olé por la comisión taurina de la Casa de Misericordia
Algún día alguien se lo reconocerá. O no, que en esta ciudad no se reconoce nada que merezca la pena. En Pamplona, las cosas que merecen la gloria, las cosas deslumbrantes, únicas, nunca son reconocidas. En Pamplona solo recibe atención el ruido, el barullo.
Debajo de lo oficial —político siempre, ideológico, es decir, intrascendente, de patitas cortas, hosco, de vuelo gallináceo—, hay una Pamplona que fluye y construye ajena a estas miserias. Y si la encuentras, es una felicidad parecida a desenterrar el cofre del tesoro.
Ellos hacen su camino como mecenas y van dejando un legado. Silencioso. Cada año proponen a un artista que les confeccione el cartel de la Feria del Toro, y la colección que están reuniendo es de una calidad apabullante.
Tenía ahí detrás el eco, algunos nombres. Tenemos un Botero en los años 90, por decirte alguien reconocible por todos, pero no he sido plenamente consciente hasta ayer martes, que me puse a enredar en el índice acumulado, después de que presentaran nada menos que un Barceló, el artista español vivo con más prestigio mundial, para anunciar la Feria del Toro 2025. Yo creo que no somos conscientes de lo que es eso. La obra de Miquel Barceló que presentaron ayer en Pamplona se la rifarían ya mismo todos los museos del mundo para tenerla colgada en sus paredes.
Artistas de todo tipo, locales e internacionales, de cualquiera de las disciplinas gráficas: pintores, fotógrafos, diseñadores, dibujantes… y más allá, que no se detienen ante nada y desbordan hasta el soporte. Ahí tenemos incluso al escultor Aizkorbe confeccionando un cartel en la primera década del siglo XXI.
Todos ellos con una característica común: que tienen poso. En su mundo son prestigiosos, que no sencillos, porque no siempre lo son. El arte a veces se comprende, y a veces es incomprendido. Como los toreros. Como la tauromaquia.
Es decir, también se arriesgan. No se acomodan. No van solo a lo seguro. Hay de todo, y por eso es fascinante. Supongo que, como no tienen nada que perder —porque hagan lo que hagan, les van a atacar los censores de la moral de lo políticamente correcto—, se sienten libres para caminar artísticamente, intelectualmente por donde les plazca. El resultado de todo esto es que están levantando ellos solos una colección de obras de arte contemporáneo impactante.
Y van con la obra al fin del mundo, aunque cree controversia, porque la controversia artística es lo que hace que el arte acabe por trascender. Y así se construye la ciudad: dotándola no de bordillos nuevos, que son franquicias de un mundo homogéneo, aburrido, sin sustancia, sino de un ropaje cultural, un discurso propio, un tono personal, una voz reconocible que la hace diferente, única, quizás mejor. Un acento que, cuando lo oyes —da igual lo lejos que estés—, sabes que es Pamplona.
Esa Pamplona orillada actualmente por el oficialismo es la mejor Pamplona posible, y estoy convencido de que es la que quedará cuando las generaciones futuras busquen su tradición, ese espejo que todos tarde o temprano buscan para proyectarse, desde lo propio, hacia lo universal.
Los miembros de la comisión taurina de la Casa de Misericordia no trabajan para el hoy. Trabajan para el siempre. El mayor aporte actual a la cultura —alta cultura, cultura con vocación de eternidad—, un regalo para Pamplona, lo están haciendo ellos.
La colección de carteles de la Feria del Toro es descomunal. Monumental, como el propio coso pamplonés.
Hace tiempo que merecen un premio. El Príncipe de Viana de la Cultura no estaría nada mal, por decirte uno bien cercano. La colección histórica ya la conocíamos —porque la cartelería antigua siempre es muy vistosa—, pero la colección artística contemporánea, menos conocida, que nos están confeccionando a todos los pamploneses, es un regalo para la ciudad de una calidad superlativa que merece, al menos, la vuelta al ruedo. No lo necesitan pero nosotros sí, para que se lo agradezcamos los que estamos tranquilamente en el tendido. Y eso es todo.