Pedradas contra comercios en Pamplona y el silencio de Asirón

Los ataques a estos negocios no son solo contra un escaparate o un cristal: son un aviso. Se busca que otros comerciantes se lo piensen dos veces antes de abrir, que teman contratar, que midan cada gesto por miedo a las pintadas o a las piedras.

Cuando a los aberchándales les sobra tiempo, después de resolver las movidas de Oriente Próximo y homenajear a asesinos etarras, lo dedican a atacar comercios del casco viejo de Pamplona. Primero fue una cafetería, a la que ya le han reventado varias veces los cristales por el simple hecho de vender café a quien quiera comprarlo.

Ahora le ha tocado a una tienda de dulces recién inaugurada, justo enfrente del despacho en el Ayuntamiento del alikate Asirón, que también ha sido agredida por ofrecer turrones y guirlaches al público que quiera comprarlos.

Me da pereza repetir las excusas de los aberchándales, porque eso sería entrar en su juego, aunque fuera para rebatirlo. La idea de que “van provocando” no existe. Nunca. La provocación no está en la falda corta ni en el escaparate con caramelos ni en el rótulo: está en la cabeza del agresor, que ya traía de casa la intención de agredir.

Igual que ningún escote puede “provocar” una violación, ninguna tienda puede “provocar” un ataque. La responsabilidad siempre es del que agrede, porque podía elegir no hacerlo. Quien rompe cristales o embadurna fachadas y puertas para intimidar a trabajadores y clientes es el único responsable. Entrar en el juego de las excusas es hacer creer que la responsabilidad sobre la violación no es tuya al cien por cien, sino compartida con la víctima.

En ese contexto, resulta escandaloso el silencio del Ayuntamiento. Ninguno de estos comercios —que generan empleo y vida en el casco viejo— ha recibido la solidaridad del equipo de gobierno.

Si Asirón no fuera la mala persona que es, ya habría bajado a tomarse un café, una pasta y un par de fotos con los trabajadores agredidos, recordándoles que no están solos, que tienen derecho a abrir cada día sin miedo y que también ellos, con sus impuestos, pagan el sueldo del alikate. Pero no: Asirón prefiere ponerse de perfil con los naburros aberchándales que actúan igual que el violador que culpa a la minifalda de su impulso.

Los ataques a estos negocios no son solo contra un escaparate o un cristal: son un aviso. Se busca que otros comerciantes se lo piensen dos veces antes de abrir, que teman contratar, que midan cada gesto por miedo a las pintadas o a las piedras.

La mafia aberchándal es dueña de Irroña, que nadie lo olvide: de eso se trata. “Aquí mandamos nosotros”, es lo que quieren que recuerdes.

Si por los partidos de izquierda que gobiernan Irroña fuera, mejor que cerraran y se llevaran el empleo a otra parte, por ejemplo San Sebastián, donde ambas marcas tienen local —la de dulces también en lo viejo y la cafetería en la Avenida— y no sufren ataque alguno.

Curioso. Eso sí que nos podría explicar el alikate Asirón: por qué su ideología solo ataca a esos comercios en Navarra y no en el País Vasco. Y eso es todo.