A pesar de Asiron, los sanfermines reinan

La Octava de San Fermín.Maite H. Mateo..-07
En la infancia de mi generación, el final de los Sanfermines era un abismo angustioso. Pamplona cerraba a cal y canto hasta septiembre. Los amigos se iban de veraneo, tú te ibas de veraneo, o a piscinas que no eran la tuya o a pueblos que no eran el tuyo.

Esto se acaba, amigos. Todo se acaba, incluso los sanfermines, que el 6 de julio parecían infinitos. Nuestro memento mori siempre fue ver cómo desmontaban el vallado tras el encierro del día 14. Aunque la fiesta continuaba, ya no era lo mismo. La mañana se convertía en un mar de despedidas, como la playa por la que corría Pancho en Verano Azul, anunciando a gritos que Chanquete había muerto.

Y mira que intentamos estirar el chicle, pero nada. Tengo un amigo del alma que cumple años el 15 de julio y durante años tratamos de celebrarlo. Era un imposible, parecíamos los mariachis que entonaban desafinados el himno yankee frente a la escombrera del Capitolio en Mars Attack.

En la infancia de mi generación, el final de los Sanfermines era un abismo angustioso. Pamplona cerraba a cal y canto hasta septiembre. Los amigos se iban de veraneo, tú te ibas de veraneo, o a piscinas que no eran la tuya o a pueblos que no eran el tuyo. Durante un mes y medio —que con quince años era un mundo— te veías poco y mal. La vida social, la vida amorosa, que, para qué engañarnos, tampoco había iniciado durante las fiestas, quedaba en suspenso. Poco se ha hablado del drama pamplonés de que tu amada imposible, tu crush actual, fuera de Oberena y tú pasaras los días en la piscina Amaya, sin traspasar esas fronteras herméticas de carnet y tornos para verte… de lejos. Ahora para los chavales con móviles y redes sociales supongo será diferente, pero antes, como mucho, recibías una postal de los amigos. Terrible.

Se despide el suelo, que con la siguiente tormenta todo quedará barrido, aquí no ha pasado nada. El adoquín ya no será alfombra de carreras mitológicas, salón de baile de las dianas, sino simple piedra, como la que queda cuando una civilización cae y pierde su función, pasando a ser solo museo. Esta es la famosa curva de la Estafeta, sí. ¿Veis estas marcas en el suelo? Son los huecos donde va el vallado. Los toros vienen por Mercaderes y, si decides correr, tómala por la parte derecha, acércate a esta esquina, ven, tócala, a ver si oyes las pisadas de la manada girando estos noventa grados. Imagina… o mejor, a ver si el próximo año vienes y dejas de imaginarlo y lo vives.

Se despiden los gigantes, que es un poco la despedida de todos: la emotiva, la sentimental, la de los niños, la de la niñez incluso, que el año que viene algunos crecerán y dejarán de serlo.

Ojalá despidamos también a Asirón como merece, con la tradicional pitada cada vez que asoma el morro el 14 de julio a medianoche en el balcón del ayuntamiento, pobres de nosotros, por quererse cargar las mejores fiestas del mundo, que ya son perfectas como son, tal y como han sido siempre, no como le gustaría que fueran a él, al tipo más siniestro que ha sido alikate de Irroña, que no alcalde de Pamplona, que no lo ha sido nunca.

Después de nueve noches de jolgorio, desenfreno y ruido, llega el silencio, atronador como el viento en una llanura desierta. Así son estas fiestas, con todas sus emociones dentro: alegría, miedo, sorpresa, melancolía, felicidad, agobio, ilusión, fatiga, asombro, euforia, satisfacción… incluso tristeza, cuando acaban. Del infinito al cero. Sin descompresión. Así es la vida. Ya falta menos. Y eso es todo