Las ratas de Pamplona y las hamburgueserías de Asirón

Fotomontaje de Asirón sobre la imagen de varias ratas en una puerta de una vivienda. ARCHIVO
A Asirón, San Jorge le pilla lejos. En lo físico y en lo mental. ¿Cuántas veces habrá bajado por San Jorge desde que es alcalde? Pero bajado de verdad, de paisano, no para hacerse la foto.

Hace unos meses, corriendo por San Jorge, iba yo tranquilamente por la acera, con ese ritmo caribeño que llevamos los maduritos sexys que ya no sabemos si estamos previniendo el infarto o llamándolo a voces, y me topé, en menos de cien metros, con dos ratas. Bien gordas. Como si hubieran comido presupuesto público para políticas identitarias aberchándales hasta reventar.

Desconozco su condición sexual y si eran macho o hembra —pido perdón a cualquier colectivo de ratas, desde los de derechas a los de izquierdas, que pueda sentirse ofendido—, pero lo siento: daban mucho repelús. Por mucho que Disney las haya tratado de humanizar en Ratatouille, una rata es una cosa asquerosa.

Era la primera vez en mi ya dilatada —como las tragaderas del PSN— vida que veía ratas por Pamplona. Las hay, no lo discuto, sobre todo como las de la canción, de dos patas, pero de las de cuatro no había visto. Ya somos como Nueva York, me dije. Si alguna vez has estado allí y bajado al metro, habrás visto que hay más ratas que pasajeros.

Menudo disgusto le vamos a dar a Otegui, seguí pensando. Mi cabeza engrana así —pido perdón a todos los colectivos de cabeza del mundo que también puedan ofenderse—. Se me vinieron, sin que yo pidiera su presencia, las míticas palabras de Otegui en el documental de Julio Medem La pelota vasca, donde confesaba por qué mataban al prójimo: para no ser como América.

“El día que en Lekeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías, y se oiga música rock americana, y todo el mundo vista ropa americana, y deje de hablar su lengua para hablar inglés, y todo el mundo, en vez de estar contemplando los montes, esté funcionando con Internet, pues para nosotros ése será un mundo tan aburrido, tan aburrido, que no merecerá la pena vivir.”

Y claro, los mataban, para poder seguir viviendo sin internet y sin hamburgueserías. Como las que ahora nos trae Asirón cada dos por tres por Irroña. Qué obsesión tiene con las hamburguesas el colega, tú.

Cada vez que un rojeras les ha puesto una cámara delante a los aberchándales para que justifiquen intelectualmente sus matanzas, el resultado —sobre todo para el rojeras, que se le nota el chasco porque siempre ha tratado de elevarlos: no son unos simples asesinos, tienen unas ideas detrás, fachitas— no puede ser más terrorífico por la vacuidad de las respuestas. Le pasó a Medem con Otegui, le pasó al Follonero con Ternera.

En fin, sigamos con las ratas. Me acordé del encontronazo con mis dos ratas al ver ese vídeo que a estas alturas ya nos ha llegado a todos por WhatsApp: una rata paseando alegremente por el colegio de San Jorge. Es decir, que el problema no es nuevo, y en todo este tiempo el alikate no ha hecho nada por solucionarlo. Él está para soltar pasta a la korrika, para que le saque la cara por Tuiter el lacayo de su tocayo —retuitéame esta, Joseba’s— y para traer hamburgueserías al Arga. Las ratas de los colegios públicos le importan tres cojones: a fin de cuentas, es profesor de ikastola privada y vive en zona pija. Otegui, por cierto, también es de colegio privado, en este caso como alumno en Eibar. Vaya dos.

A Asirón, San Jorge le pilla lejos. En lo físico y en lo mental. ¿Cuántas veces habrá bajado por San Jorge desde que es alcalde? Pero bajado de verdad, de paisano, no para hacerse la foto puño obrero alzado y salir zumbando en coche oficial hacia tierras altas. ¿Habrá merendado alguna vez en Koppo? ¿Sabrá siquiera dónde está? Qué más le da, y seguramente lo piensa con razón: si por allí me van a seguir votando igual, haya ratas o diplodocus.

Mira Maya: la pasta que metió en mejorar la Chantrea, la dejó, como dicen ahora los chavales, en su prime, y no la ha rentabilizado UPN ni con medio voto más. Y eso es todo.