Sánchez e Iglesias no van a darte de comer, pardillo

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante su intervención en el pleno de sesión de control al Gobierno, junto al presidente, Pedro Sánchez.. POOL / EFE

En la nueva normalidad ya tenemos aquí el tradicional tormentón de verano en Pamplona. No hemos aprendido nada...

¿Dónde estará ahora la cría loca de las coletas que tanto dio la murga hace unos meses con que íbamos a morir de cambio climático? ¿Se habrán hecho por fin millonarios sus padres o es que ya no estamos para problemas absurdos?, me pregunté mirando la noche a mitad de tarde que se nos quedó ayer.

Se viene una crisis para final de verano principios de otoño que, según nos cuentan, tendrá una tasa de paro nunca vista de entre el 30% y el 40%. La cifra es como para salir corriendo, si tuviéramos a dónde ir. No hay dónde ir y si hubiera, no vamos a tener con qué pagarlo. ¿Cuantos de los que hoy se oponen, qué bonito es el ecologismo de sofá de salita de estar, si les dijeran que quemando un pozo entero de carbón, iban a mantener su ritmo de vida anterior se negarían a ello?

Somos Gustav von Aschenbach, enamorados de lo bien que se vive en nuestro terruño, cada vez más pequeño, aunque pensemos que es infinito, muriendo en Venecia mientras todo a nuestro alrededor va cerrando, hasta que desaparezca consumido por la pandemia, en aquel caso de cólera, en el nuestro no tanto la enfermedad que produce neumonías sino la autocomplacencia de mirarse al ombligo.

Cuando ninguno de nosotros exista, el rumor del mar llegará hasta la hamaca, pero ya no importará la hamaca, ni que alguien piense que es la mejor de la playa porque ya no habrá nadie. Por no haber, en la primera pleamar no habrá ni tumbona, que se la tragará para siempre las olas. El nacionalismo es puro artificio.

Viendo llover a mares me acordé de que los primeros días en los que nos dejaron salir a correr, por el camino que siempre había transitado, en un punto anodino, apareció una valla azul con una hoja pegada en la que nos indicaba que íbamos a cambiar de municipio, cosa que por decreto, estaba prohibido. No estaba permitido salir del municipio, invadir el del vecino, no fuera a ser que lo contamináramos, jodiéndoles el qué bien se vive en mi término municipal, mucho mejor que en el tuyo.

Mi hamaca es mejor que tu hamaca, ni la mires, que me la destrozas, forastero. Esta es nuestra, vete a la tuya. Nunca había sido consciente hasta ese instante de que en mi recorrido cruzaba tres fronteras. Hasta que apareció la muga el camino era una línea continua de hormigón sin marcas, sin limitaciones artificiales.

Como sociedad no vamos a salir mejor, vamos salir más pobres, más tristes, más miserables, con el peor gobierno en el peor momento de nuestro recorrido vital.

Al final del verano, lo que creíamos un balneario, se va a revelar una escombrera sin estrellas.

El problema es que al contrario de en la novela de Thomas Mann, no estaremos muertos, plácidamente, como unos dandis mirando el horizonte, mientras el ocaso lo va fundiendo todo del azul al rojo y del rojo al negro sino que estaremos vivos y con hambre. Una combinación esta, la de existir y tener ganas de comer que es un huracán.

No me gustaría estar en la piel de Sánchez e Iglesias (Txibite, tú también, aunque ahora te escondas), cuando esto pase porque cuando el jai apriete, cuando ya no tengan con qué pagar las mamandurrias porque en la caja de los dineros solo haya telarañas, no les bastará con un que vienen los fachas para sofocar la revuelta porque los fachas, serán ellos, que para eso están en el poder. A lo mejor me hago de izquierdas a mi edad, fíjate tú por dónde, para gritarles a estos gobernantes con su misma medicina. Y eso es todo.