La sociedad vasca y su silencio ante las víctimas de ETA: Asirón, Loyola y la redención que incomoda
Veía el espectáculo y en lo único que pensaba era en que podían montar un partido de fútbol también para recaudar dinero y pagar, por fin, las indemnizaciones a todas las víctimas del terrorismo que no han visto un duro. A todas esas víctimas de la banda criminal que asesinó en nombre de todos los vascos. Ahí tendrían un motivo impecable para sentirse buenas personas.
Pero nada de eso va a suceder, porque la sociedad vasca busca causas lejanas precisamente porque no tiene cojones de mirarse a la cara. Colegas, el terrorismo que mató en nombre de los vascos fue el vuestro. El terrorismo que descuartizó y mutiló niños es el que se cometió en nombre de los vascos. No os vayáis a miles de kilómetros: tenéis una causa cerca, brutalmente cercana, presente, para hacer el bien. Empezad por ayudar a esas víctimas que ese terrorismo cometió —y que aún carga sobre vosotros— en vuestro nombre.
O podían al menos haber respetado, alguna vez —tampoco hace falta tanto para ser decente—, los minutos de silencio por esos niños reventados y mutilados por el terrorismo vasco. Nada de eso sucedió. Para sentirse buenas personas, muchos vascos han necesitado marcharse a miles de kilómetros, donde su rostro no se refleja en ningún espejo, donde todo es abstracto y anónimo, donde ni pinchan ni cortan, donde no tienen que hacer nada, donde no se les exige nada, donde no sacrifican ningún aspecto íntimo y personal de su propia existencia. Donde no se responden como sociedad a ninguna pregunta.
La sociedad vasca vivió de forma cruel y está envejeciendo de forma ridícula, atascada en algún punto indeterminado de los 70 y los 80. Los vascos no tuvieron transición: a un régimen dictatorial se le colocó encima otro autoritario y violento, y han seguido obedeciendo con toda la pachorra del mundo. Hasta que la sociedad vasca no realice una catarsis, no se mire al espejo y asuma que lo suyo fue una bestialidad —que no fue normal, que fue algo completamente extraordinario— no tendrán descanso. No hubo, en esa misma época, murcianos asesinando y mutilando niños en nombre de los murcianos. Ni sorianos, ni cacereños, ni malagueños, ni cántabros matando en nombre de los suyos. Date cuenta.
Hasta que la sociedad vasca no mire dentro, asuma todo el mal causado en su nombre y trate de paliar de algún modo la destrucción provocada, continuará ese proceso de decadencia que todo el mundo ve desde fuera y ellos tratan de disimular. Es lo que hay.
También pensé viendo aquello en el alikate de Irroña. Creo que a Asirón —que ahora la ha emprendido a cabezazos, como un torico, contra su estatua—, en el fondo, lo que le jode de Ignacio de Loyola es esa capacidad de redención que tuvo y que comenzó al ser herido por los franceses en Pamplona. No es un hito histórico: es un hito moral contra el que se revuelve Asirón.
Salvando las distancias —háganse cargo; cualquier parecido entre los dos personajes, Asirón y Harrison Ford, es pura coincidencia—, es como la escena por Venecia de la persecución de lanchas en Indiana Jones y la última cruzada, cuando Indy acorrala al miembro de la Hermandad de la Espada Cruciforme mientras la hélice de un gran buque va destrozando la pequeña embarcación de madera donde andan pegándose de leches.
—Habla o moriremos los dos —le dice el arqueólogo.
—Yo he preparado mi alma, doctor Jones. ¿Y usted?
—Es tu última oportunidad —le grita Indy.
—No, Asirón. Es la tuya.
Y eso es todo.