Soy progresista, ¿a qué quieres que te robe?

La secretaria general del PSN-PSOE y presidenta de Navarra, María Chivite junto a Ramón Alzórriz. EFE/ Jesus Diges
Volvemos a estar donde estábamos hace 30 años. Del PSOE de Navarra salió Roldán, para terminar como están terminando de nuevo los sanchistas, fiestas con farlopa y prostitutas.

Es bonito ser político progresista, apellido de relumbrón, como esos que se ponen guiones o preposiciones, porque eres bueno sin hacer nada por serlo. Está en tu naturaleza. Lo eres y punto. No hay que demostrarlo.

Soy progresista, dicen, y las aguas se les separan y atraviesan por ellas, entre la gente, camino de la bondad. Cómo voy a ser malo si soy progresista. Progresista como un conjuro, como una naipe, el as de oros, que se tira a la mesa y barre las demás. Sí, sí, progresista. Es verdad. Y todo se detiene, como cuando en una película de esas de sobremesa alguien grita, soy médico, y la gente siente alivio instantáneo, sin necesidad de hacer nada, si acaso, cogerle el pulso en la muñeca al moribundo que si no muere es porque está ya muerto o eso es una película... mala.

Nosotros, los progresistas, es un sintagma que le encanta al PSOE. Ese PSOE de las comisiones, de las putas con piso y sueldo a cargo del presupuesto público, de las cocaínas, de las intrigas, los amigos empresarios, los amigos periodistas, los amigos policías... ese PSOE que parece que avanza, pero siempre en círculo. Volvemos a estar donde estábamos hace 30 años. Del PSOE de Navarra salió Roldán, para terminar como están terminando de nuevo los sanchistas, fiestas con farlopa y prostitutas.

Soy progresista, y terminas como el que fue delegado del gobierno en Navarra, desnudo y tapándote con un flotador negro en forma de cangrejo, partiéndote el culo mirando a la cámara, que son tus votantes, que es la sociedad entera.

Es terrible el PSOE, el progreso del cangrejo, ese cangrejo hinchable, absurdo, que retrocede siempre, todas las décadas el PSOE acaba convirtiendo a sus miembros en el mismo monigote, la misma caricatura, como en la obra de teatro de Ionesco donde los habitantes de un pueblo se van transformando en rinocerontes. Da igual lo que suceda, el PSOE siempre termina en un salón más bien cutre, siempre sórdido, con unos señoros inclinados sobre mesas repletas de cocaína y culos femeninos más bien jóvenes moviéndose por la estancia.

La cocaína es una droga curiosa. Al contrario que el alcohol, que está diseñado para tambalearte, que todos vean que vas borracho, la farlopa tiene por objetivo mantenerte erguido, resetearte para darte apariencia de normalidad en mitad de la orgía. La cocaína es la droga del aquí no pasa nada, podemos seguir robando, mira qué normal voy, por eso les debe de fascinar a los socialistas. De Roldán a Tito Berni pidiendo calma puestos hasta las orejas para que nada cambie, todo permanezca.

En fin, progresistas... mientras el país real, el que no está metido en una juerga salvaje, el que coge trenes que no llegan, tiene que prescindir del coche porque tampoco le llega, vive en habitaciones porque no le alcanza para un piso sin compartir, se desespera, se desangra. Un médico, gritará alguien dentro de poco, y lo malo es que aparecerá un progresista, de nuevo, veréis, que será votado porque volverán a encontrar el modo de que la gente crea que, tras seis años de gobierno de izquierdas donde no funciona nada, los culpables sean otros: el cambio climático, los malvados turistas, el capitalismo salvaje, el machismo despatarrado en los metros. Es decir, tenemos Sánchez para raro, veréis. Si los trenes se paran y ya ninguno llega a su hora es culpa de los fachas, que cada día matan a Lorca de nuevo, como a Kenny en cada peñetero capitulo de South Park. Y eso es todo.