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El dedo acusatorio de una joven que cambió para siempre la vida en un pueblo de Navarra

Museo de las Brujas de Zugarramurdi. FRANCIS VAQUERO / TURISMO DE NAVARRA

Su confesión ante el abad de Urdax y el señalamiento de vecinos de la localidad encendieron uno de los procesos inquisitoriales más recordados.

En pleno Valle de Baztán, donde los prados verdes se mezclan con la niebla y el murmullo del agua resuena entre rocas, se encuentra la Cueva de Zugarramurdi.

Hoy es un lugar turístico y escenario de rutas guiadas, pero hace más de cuatro siglos fue el epicentro de una de las cazas de brujas más recordadas de Navarra.

Todo comenzó con una joven llamada María Ximildegui. Nació en 1588, hija de padres franceses, y pasó su infancia entre casas de piedra y prados en Zugarramurdi.

Con 16 años se trasladó con su padre a la localidad francesa de Ciboure, donde trabajó como moza y conoció a Catalina, la mujer que, según su testimonio, la introdujo en el mundo de la brujería y con la que mantuvo una relación íntima.

Durante año y medio, afirmó haber asistido a aquelarres nocturnos, aprendido conjuros y danzado para el diablo, renunciando —siempre según su relato— a Dios y a la Virgen María.

En 1608 regresó a Zugarramurdi y se presentó como “maestra de brujas”. Participó en reuniones nocturnas en las cuevas, untándose con ungüentos elaborados con sustancias psicotrópicas. Su relato no tardó en circular por el pueblo.

Poco después, por circunstancias que se desconocen, cambió de rumbo y se convirtió en la peor enemiga de la brujería. Fue directa a confesar su pecado a fray Felipe de Zabaleta, párroco del monasterio de Urdax, quien le impuso de penitencia repetir el domingo en misa lo que le había contado a él en la iglesia.

Una vez se hizo pública su vinculación con la brujería, que además implicaba a otros vecinos, varios lugareños quisieron tomarse la justicia por su mano yendo en busca de otros miembros de la secta brujeril. Sus palabras llegaron hasta el tribunal inquisitorial de Logroño. En diciembre de 1609, el inquisidor Alonso de Salazar y Frías viajó a la zona e inició el proceso de Zugarramurdi, que terminaría con decenas de acusados, confesiones bajo presión y un juicio que marcó la historia local.

El escenario de aquellos supuestos ritos fue la Cueva de Zugarramurdi, situada a 500 metros del núcleo urbano. Es un túnel natural de 120 metros de largo y hasta 26 de ancho, moldeado por el Infernuko Erreka (Regata del Infierno). Bajo sus bóvedas oscuras, la leyenda sitúa danzas y cultos demoníacos. Hoy, un recorrido señalizado permite recorrer el lugar donde mito e historia se mezclan.

El final de María Ximildegui sigue siendo un misterio. No hay registros que confirmen si fue condenada o absuelta. Lo que sí se sabe es que su denuncia encendió la mecha de uno de los mayores juicios por brujería de la Península Ibérica.