Los presos lloran al papa Francisco
Los presos del mundo se han quedado huérfanos. Las cárceles se han quedado frías y desangeladas. Francisco nos ha dejado. Con su muerte, la ilusión y esperanza han muerto. Me queda el consuelo de que su última salida del Vaticano fue a una prisión, a la cárcel de Regina Coeli, el pasado 17 de abril, Jueves Santo. Francisco, el visitador de los presos, ha muerto. En patios, galerías y pabellones de muchas cárceles del mundo se le llora y se le recuerda, se le venera y se le reza. He visitado bastantes celdas de diferentes prisiones en estos doce años de pontificado del papa Francisco y en muchas de ellas había una foto de Francisco en las celdas, en un lugar visible. No la escondían, no la ocultaban, no sentían vergüenza, sino más bien orgullo. He visto cómo pasaban su mano por encima de la foto, le rezaban y en muchos casos la besaban. En las cárceles hay sentimientos, hay cariño, hay amor, y estos días se lo están manifestando al difunto papa Francisco.
El papa Francisco ha sido un visitador de presos. Durante su pontificado ha visitado unas 23 prisiones en diferentes lugares del mundo. Siempre con el beneficio de la duda, antes de entrar, en la puerta de la prisión siempre se preguntaba: “¿Por qué ellos y no yo? No soy mejor que ellos”. Dentro les sonreía, les abrazaba, les besaba, les preguntaba por su familia, no por el delito. Era el mismo Cristo quien se acercaba a ellos. Su mensaje siempre era de esperanza. La visita de Francisco convencía a los presos de que su futuro estaba por encima de los muros que les encerraba. Una esperanza que se hacía vida.
Francisco no solo visitaba a las prisiones y estaba con los presos. Su palabra era la primera y más autorizada en defensa de los derechos humanos de los presos y en buscar medidas legales que ayudasen al preso a no perder la esperanza. Su palabra profética miraba la defensa del preso y su derecho a la vida y a la reinserción. En la bula de convocatoria del Jubileo de la Esperanza abogaba por la abolición de la pena de muerte cuando decía: “Respeto de los derechos humanos y sobre todo la abolición de la pena de muerte, recurso que para la fe cristiana es inadmisible y aniquila toda esperanza de perdón y renovación”.
Enérgico se mostró contra la cadena perpetua y las condenas largas cuando dijo en una prisión de mujeres en Chile: “Una condena sin futuro no es una condena humana, es una tortura”. Apelando a nuestra conciencia de cristiano, Francisco decía: “Todos los cristianos están llamados a mejorar las condiciones carcelarias, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de libertad”. En los mismos términos se expresó cuando habló a los miembros de policía penitenciaria de Italia: "La prisión perpetua no es la solución a los problemas. Y lo repito: no es la solución de los problemas, sino un problema pendiente de resolver. Porque si se encierra la esperanza, no hay futuro para la sociedad. Nunca se debe privar del derecho a empezar de nuevo".
Desde mi nombramiento como arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela he manifestado que no he querido perder el contacto con los hombres y mujeres que están en prisión. Una carta desde la cárcel, una llamada o un wasap de un preso de permiso o de un familiar me ayuda a no olvidar de dónde vengo y a no perder la sensibilidad por los pobres. Desde el fallecimiento del papa, varios
presos y presas, así como familiares de los mismos me han escrito para darme el pésame, pero también para manifestarme su tristeza y desolación.
“Rezo por el papa Francisco. Para mí ha sido un representante del Padre con hechos y no solo con palabras. Un abrazo, no pierdo la esperanza” (Pilar). “Siento mucho el fallecimiento del papa. A los presos nos transmitía esperanza” (Nati). “Le acompaño en este día triste del fallecimiento del papa Francisco. Un papa que supo llegar al mundo por su gran labor en favor de los presos. Se lo dice la madre de un preso” (Mª Ángeles).
Los presos y sus familias lloran la muerte de Francisco. Ha dejado huella profunda en muchas cárceles del mundo. Ahora, todos los presos se están preguntando: “¿Y ahora qué?”. Un preso lo expresaba muy bien cuando me escribía: “Pido que el nuevo papa siga el camino de Francisco” (Ángel). También yo pido que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales en el cónclave y nos dé un papa que no deje huérfanos a los presos. En la visita a la cárcel de Regina Coeli el Jueves Santo, su última salida del Vaticano, les dijo a los presos: “Me gusta hacer cada año lo que hizo Jesús el Jueves Santo, el lavatorio de los pies, en la cárcel”. Y añadió: “Este año no puedo, pero sí quiero estar cerca de ustedes. Rezo por ustedes y sus familias”. Pido al Señor que el nuevo papa, más joven, más sano y ágil, pueda completar el lavatorio de los pies que nuestro querido Francisco no pudo realizar. Los presos lo están esperando.
Hasta que ese momento llegue, los hombres y mujeres presos acariciarán la foto del papa que tienen en sus celdas. Unos/as le llorarán, otros la besarán o le rezarán. Quizás le pondrán flores a una foto, que no está en ninguna celda, sino en la entrada de un módulo de mujeres en la prisión de Castellón, a la vista de todos, en la que estoy saludando al papa antes de ser obispo. Lleva expuesta tres años y nunca le ha faltado una flor. Una foto convertida en el altar del papa Francisco en prisión. ¡Hasta siempre, querido papa Francisco!