Che

Che Guevara

Hoy he visto a Che Guevara en Tafalla mientras me tomaba en el bar Rafael un descafeinado de sobre en una taza donde podrían nadar Michael Phelps y Mireia Belmonte.

Estaba pensando en mis cosas, por cierto que de muy poca importancia, cuando se me ha puesto enfrente, a la altura de las retinas. Era él con su boina estrellada, su gesto serio, su barba de pocas semanas, sus greñas eternas.

Los clientes del bar, a lo suyo, no se han percatado de la presencia del tal Ernesto, quien impertérrito, concentrado y con el ceño algo fruncido, no dejaba de fijar sus ojos oscuros en los míos en una descarada reciprocidad de miradas.

He tratado de distraerme con la nauseabunda prensa del día. Imposible. He probado suerte tarareando la vomitiva canción del verano. Imposible. He querido contar el ejército de platos de loza, tazas y cucharillas que desfilaba por la barra del bar. Imposible. No había forma de dejar de mirarlo. No pestañeaba él. No pestañeaba yo.

Supongo que cansado de mi atrevida y continua atención y algo más decidido que un servidor, me ha dicho: “¿Te gusta mi tatuaje? Me lo hicieron en La Habana”.

Ideación de ‘Che’

El otro día, mientras apuraba un descafeinado de sobre en un bar, apareció un octogenario con un tatuaje en el brazo izquierdo de Che Guevara.

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