Grasa en la pernera

Imagen de un hombre con las manos manchadas de grasa. ARCHIVO

Me lo contó en un autobús mientras volvía de ver en el hospital a su mujer tras una operación “de las que no asustan”.

Cuarenta años de alianza, una hija y tres nietos.

-No te puedes figurar en qué se fijó… Decía que le gustaba “el de la bicicleta”. Y yo no le he dado a los pedales en mi vida. Primero, porque no pude. Y, luego, porque no quise.

Mi compañero de trayecto en aquel viaje de treinta y pico kilómetros me confesó que siguió el consejo de su padre en una época más bien gris.

-¿Quieres casarte? ¿Quieres deslumbrar a alguna chica? Ponte grasa en la pernera. Yo no te puedo comprar una bici, pero ella pensará que la tienes, que vas de aquí para allá... Mánchate los bajos del pantalón y el resto corre de la cuenta de la imaginación de la chiquilla y de tu verborrea.

Y funcionó.

Ahora que se han hecho mayores sus nietos y comprenden esta historia de bolsillos vacíos e ingenio le han regalado una bicicleta.

-Tendré que aprender a usarla, que se acercan nuestras bodas de oro y vamos a “volver a casarnos…”.

Ideación de ‘Grasa en la pernera’

Te montas en un autobús y la gente te acorta el viaje con sus anécdotas.

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