Lápida

Cementerio de Pamplona en la festividad de Todos los Santos. IÑIGO ALZUGARAY

No suelo visitar el cementerio, pero a veces resulta analgésico.

El otro día me monté en mi coche, cogí al azar una cinta de la guantera, pulsé el play y me llevé la grata sorpresa de volver a escuchar al cantautor Javier Álvarez. Demasiados recuerdos en trece canciones.

Cuando llegué a la que llamo ‘la ciudad de los cuerpos sin alma’, permanecí un rato en silencio acompañado por un viento molesto, decenas de árboles sobrios y algún paisano sigiloso.

Antes de abandonar el camposanto curioseé los nombres, las edades y las fotografías de varios fallecidos. Me sorprendió mucho ver la lápida de un veinteañero. Creo recordar que murió atropellado una madrugada, cuando yo habría soplado a lo sumo diez velas.

Recuerdo que solía cruzármelo los domingos por la mañana. Me fijaba en sus greñas, su cigarro sobre la oreja, sus elásticos negros y aquella chupa vaquera llena de chapas de grupos de rock. Andaba con sus J'hayber como si la vida no fuera con él. Al detenerme frente a su lápida y observar aquella imagen ovalada, pese a sus definitivos veintipocos y a mis actuales cuarenta y tantos, no sé muy bien por qué, pero lo seguí percibiendo mayor que yo.

De camino a casa y sin poder quitármelo de la cabeza, a Javier Álvarez le dio por cantar ‘De aquí a la eternidad’.

Ideación de ‘Lápida’

El domingo pasado visité el cementerio.

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