El niño de San Ildefonso       

Dos niños de San Ildefonso cantan un número la lotería de Navidad.

Los niños de San Ildefonso siempre son niños de San Ildefonso; da igual que tengan catorce años o setenta, que hayan cantado el Gordo o una pedrea, que salieran en la época de la tele en blanco y negro o que lo hagan hoy en las pantallas planas.

Ya no soy un niño de San Ildefonso, pero guardo recuerdos de mi etapa lotera. Me acuerdo de los ensayos, entonando números y cantidades. La probabilidad de que cantase el primer premio era casi imposible. En mis tiempos, salió el Gordo y no lo canté. Salió el Gordo y no lo canté. Salió el Gordo y no lo canté...

¿Qué se siente al cantar el primer premio? Eso quisiera saber… Hoy es 22 de diciembre, me han llamado de una cadena de televisión, pues querían contar con el testimonio de un niño de San Ildefonso. Yo, con barba, pelos en las piernas y la voz atenorada les he asegurado que “es toda una experiencia”.

He acudido al Salón de Sorteos de Loterías y Apuestas del Estado reconociéndome en esos niños. Y me he llevado la sorpresa del siglo: ¿a quiénes me he encontrado? A Pedro, Mario y Javi. No ha sido una coincidencia, qué va. Se ha empeñado un programa de televisión en reunirnos.

-Vamos a ver enseguida a cuatro amigos de la infancia. Sus nombres son Pedro, Mario, Javi y Luis. Ellos fueron niños de San Ildefonso.

-Somos, corrigió Pedro. Esto es para siempre. ¡Qué nervios!, ¿eh Mario?

-Como un flan.

-Javi, como yo, no tuvo estrella. ¿O sí? Creo que es una gran fortuna poder estar ahí, poder contarlo y poder cantar, aunque sea la pedrea. ¿O acaso conocéis a muchos niños de San Ildefonso?

-Luis, mira que estuvimos a las puertas, ¿verdad? Quedaban cuatro bolas y nos fuimos con un palmo de narices, pero bueno...

-Ya lo creo, les dije yo con pocas ganas de hablar. Es que uno se ponía casi hasta a temblar.

Una voz en off anunció: “El sorteo va a dar comienzo. Por favor desconecten sus dispositivos electrónicos y guarden silencio. Que la suerte te acompañe”.

El Gordo se resistía. Mucha tonadilla, pero casi todo eran pellizcos. Resultó curioso saber quiénes iban a cantar el Gordo, pues era la última pareja de niños de San Ildefonso. Qué suerte la suya. ¡Qué suerte la suya!

Giraron los bombos. Ella cantó el catorce mil catorce y la bolita del premio en metálico salió despedida. Dio botes como una pelota de ping pong, y cayó junto a mi pie derecho. Me agaché y la recogí. No podía creerlo. Yo, el niño de San Ildefonso de cuarenta y cuatro tacos, tenía en la mano aquello con lo que tanto soñé. Me vine arriba, subí al escenario, le cogí de la mano al nervioso niño de San Ildefonso, nos miramos, nos entendimos y cantamos a una voz: “¡Cuatro millones de euros!”.

Ideación de ‘El niño de San Ildefonso’

Hace varios años escribí una versión más extensa de este relato para el programa de Radio Euskadi ‘Más que palabras’.

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