Crónicas de la pandemia: segundas madres

Un niño juega con su madre en la Plaza del Castillo de Pamplona. EFE/ Jesús Diges
¿Siguen ustedes con ganas de discutir, elucubrar o argumentar? Me reconozco ya vacío de ilusión, sentimental e intelectual como para continuar masticando las mismas noticias , manteniendo conversaciones gemelas a las de hace ya…!un año largo!... y/o escuchando, a otros o a mi mismo, las mismas diatribas, dimes y diretes.

Solo me queda el alma, el pesar y un poquito de esperanza. No sé en qué, pero esperanza al fin y al cabo.

Por millones se cuentan, nos contamos, los que hemos perdido a cercanos. Ese familiar, un tal amigo o un zutano conocido. Pero hay pérdidas sin par. Hablo de esas segundas madres con las que todo ser humano afortunado ha sido bendecido a lo largo de su vida. Son las madres de tus amigos. Espero que me disculpen si hoy hablo de ellas y no de los padres. Hoy va para nuestras segundas. Cuando creíamos que con el alzheimer habíamos tocado el techo de la crueldad apareció este mal bicho para escarbar aún más en las almas limpias con una forma no asumible de perder a tu ser más querido. 

He perdido a mi madre durante este año trágico, mas no a manos del maldito virus. La pudimos cuidar, medicar, aliviar, besar y abrazar en casa durante cuatro meses hasta que nos dejó envuelta en amor y la tranquilidad que le procuraba la fe. Exactamente como ella quería. Este proceso ha rozado la perfección. Cuando le faltó el habla quedaron las sonrisas, los cariñicos, las miradas cómplices y la tranquilidad que te procura alguien que se va alejando sin ningún miedo, pesar o deber sin cumplir. 

Al mismo tiempo, varios amigos iban perdiendo a sus madres, a mis segundas madres, de una manera diseñada por Satán. No podían decirles adiós . Verlas, tocarlas, achucharlas. Morían sabiendo que iban a morir. No sé ni cómo describirlo. Mientras yo disfrutaba del momento más profundamente impactante y empático de mi existencia por pleno y trascendente, algunos de mis mejores amigos perdían a mis segundas madres sin cogerles de la mano. Mi contexto fue tan afortunado como infernal el suyo.

Por eso les debo- te debo, Rodrigo- unas lineas. ¿Qué es una segunda madre? Es el bocadillo al llegar a casa de tu colega. La sonrisa perpetua y el pellizco a tiempo. Son las preguntas pertinentes solo sin las hacen ellas. Las que se interesan por tu madre como si de una hermana se tratara. Son los ángeles que han parido a un canalla o a una golferas que solo por existir hacen que tu vida quede impregnada de todo lo bueno que un ser humano puede ofrecer a otro. La amistad, la palabra más cara del diccionario. Las que consiguen que el concepto familia amplíe su significado para pasar de lo intrínsecamente genético a algo enorme, puro; sentimental. A lo vital. A la desmesura y la locura. Esa nueva y grandiosa familia que hace que el valle de lágrimas deje de serlo. 

¿Qué les puedes decir a esos tus amigos ante algo diseñado sobre el papel con la tinta del diablo? Nada excepto lo evidente. Que la vida de vuestros padres fue un absoluto éxito. Absoluto porque nos unió más allá de los anillos y las borracheras. Porque, si bien como individuos podemos parecer poco, como nueva familia somos indestructibles, indelebles, eternos y perfectos. Ahí radica su desmesurado logro. Nos han regalado el don de la trascendencia, esa cualidad que nos hace llegar más allá que lo la ciencia entiende y dicta. Y esas segundas madres lo sabían. Lo sabían y lo fomentaron desde el primer aliento. Sabían que nos encontraríamos. Las madres lo saben todo. Desde el escondite de ese taimado calcetín extraviado hasta el chubasquero que tienes que llevarte por narices a la calle un dieciséis de agosto mientras juras como un malcriado hasta que, efectivamente, cae el chaparrón del siglo. A una madre no le dice el Maldonado ese si va a caer la mundial o no. Sabrá el tipo, por Dios. 

No puedo escribir más. No puedo celebrar más o mejor la vida de vuestros padres. El teclado se difumina y solo quiero tomarme un segundo eterno para recordarlas, no sin antes dar las gracias a todas esas enfermeras que las han acompañado a morir en vez de sus hijos, parejas o familias ¡Vaya tarea hercúlea! Que Dios les bendiga. 


PD. Ralph Waldo Emerson sentenció que (sic) un amigo puede compararse como la obra maestra de la naturaleza. Y tenía razón, aunque me juego uno de a cien a que se lo chivo una segunda madre.