Romper la distancia de la política en Navarra

Vista de la sala de la sesión plenaria en el Parlamento de Navarra. Eduardo Sanz / Europa Press
Creo que no es sorpresa para nadie que las instituciones políticas están perdiendo, cada vez más, la cercanía con aquellos que dicen representar. 

Por ello, no debería sorprendernos que Navarra no sea una excepción a la regla y que los ciudadanos navarros se sientan cada vez más insatisfechos con la falta de proximidad por parte de sus instituciones. Los motivos detrás de esto son muy variados, pero hay dos elementos cruciales que no podemos dejar de señalar: la disparidad entre las preocupaciones de los políticos y la ciudadanía y las diferencias de estilos de vida entre ambos.

Es imposible que los navarros se sientan representados con una clase política cuyas preocupación distan muchos de las suyas. En una época de inestabilidad casi asfixiante, los ciudadanos están preocupados de no quedarse de patitas en la calle y de poder pagar sus facturas, hecho que parece más complicado cada día. Y, sin embargo, la clase política parece más centrada en sus tejemanejes políticos, donde los que los pactos y los socios electorales parecen situarse por encima de las necesidades ciudadanas. De esta forma, es lógico que los navarros sientan que no importan —o que solo lo hacen vez cada cuatro años— y que las medidas que se toman a su favor son únicamente un arma de contención al voto contrario.

Por si todo esto fuera poco, los ciudadanos no solo no se sienten escuchados por quienes deberían hacerlo, sino que además ven como estos últimos mantienen un nivel de vida considerable pese a no cumplir con su función. Es decir, ciudadanos que tienen miedo de saber si podrán pagar la calefacción en un futuro próximo ven que quienes desoyen sus demandas descansan plácidamente en una casa que ellos no se podrían permitir, a la que acuden en un coche oficial que ellos no podrían pagar y con la tranquilidad de saber que podrán afrontar los gastos del próximo año holgadamente. Por ello, es normal que la desafección ciudadana con sus instituciones aflore, así como el sentimiento, hasta cierto punto justificado, de que hay quienes se están lucrando a costa de ignorarles.

Todo esto es peligroso. Es peligroso porque introduce en nuestra sociedad una oportunidad para que demagogos, de esos que a veces apodamos “populistas”, aprovechen la fractura social entre ciudadanos e instituciones y consigan hacerse con el poder gracias a presentarse como los “verdaderos representantes del pueblo”, el cual ha sido ignorado por sus políticos. Y, si bien la crítica que muchos de ellos hacen al sistema pueda estar, hasta cierto punto, fundada, lo cierto es que el daño que tienden a ocasionar a las instituciones es todavía mayor. Además, es peligroso porque este tipo de movimientos tiende a generar una fractura social siquiera mayor al hacer florecer la visión de que la política se trata de un “ellos contra nosotros”.

Por lo tanto, si queremos combatir estos peligros, hace falta encontrar las formas de derribar esa barrera que parece haberse erigido entre la ciudadanía y las instituciones que deberían estar a su servicio. Hay que encontrar la manera de otorgar espacios a los navarros para que puedan tomar parte activa en la toma de decisiones que les atañen más allá de la fría urna electoral. Y, finalmente, es necesario que aquellos que dicen representar a Navarra dejen de centrarse en sus intereses particulares de dinero y poder y que pasen a escuchar la voz y las demandas de sus ciudadanos.