Aborta, paga y calla: la nueva izquierda de Irene Montero
Ahora que sabes que nunca tendrás nada, que se te ha pasado el arroz para todo, lo único que deseas es ponerte hasta arriba de tranquilizantes y antidepresivos, para olvidar que alguna vez soñaste con una vida burguesa.
Si se fijan bien, todos los mensajes que nos manda últimamente el poder tienen un mismo objetivo: que no molestemos al poder. Al poder de izquierdas, porque en España es la izquierda la que corta el bacalao.
No tenga coche, que contamina. No viaje, que llena las playas de gente. La turismofobia es, en realidad, un movimiento contra los pobres: los ricos nunca veranean en Torremolinos o Salou. Ellos tienen sus propios circuitos exclusivos.
No gaste en usted mismo, lo importante es pagar impuestos, muchos, para sanidad y educación. Ese chantaje emocional al que también nos someten a los pobres: como si pedir que Hacienda —que este año ha recaudado 300.000 millones de euros, récord histórico— gestionara bien el dinero público fuera una extravagancia de la ultraderecha.
Indígnese en Twitter, grite mucho por allí. Cuanto más se desahogue en la red, menos ganas tendrá de salir a la calle y rodear una sede del PSOE para exigir que dejen de incumplir sus promesas. En Navarra, una década lleva el aberchandalato gobernando; en el resto de España, siete años ya de Sánchez en la Moncloa.
No tenga relaciones humanas estables ni afectivas. No se comprometa. Para usted, el poliamor, que siempre acaba en polihostias. Y, desde luego, no tenga hijos: eso es de fachas católicos que atentan contra el planeta. Aquí hemos venido a luchar contra el cambio climático. Usted aborte. Ese es el derecho que le hemos dado. No lo olvide: aborte siempre.
Cada cual en su cubículo. Casa propia tampoco tendrá. Viva solo, pringoso, en una celda de piso compartido, con un sueldo bajo y la misión sagrada de pagar impuestos para sostener lo público, ese tótem, ese fetiche, esa nueva religión que todo lo puede. O, mejor dicho: que todo lo da a quienes viven de él. ¿Quiere compañía? Cómprese un perro. Y relaciónese con el mundo desde la pantalla de un móvil.
El poder lo quiere en Matrix, por ahora sin puerto USB en la nuca. Tome un móvil, consuma ficciones y calle. Túmbese en ese catre y crea que tiene amigos porque le felicitan el cumpleaños gracias a que se lo recuerda Facebook. Crea que tiene pareja porque chatea en Tinder y alguna vez le cae una fototetas. Crea que viaja mirando fotos en Instagram. Crea que tiene familia porque ha comprado una mascota y ahora lo dejan entrar con ella en el centro comercial. Crea que hace cosas viendo vídeos absurdos en un scroll infinito. Deslice el dedo media hora más.
Las dos últimas publicaciones de Irene Montero en Instagram son reveladoras: unas vacaciones en Burdeos con niños, y una semana después, un viaje a Menorca con amigas, incluida Ione Belarra, playita, juerguita y concierto de la tía Enriqueta de Fermín Muguruza, otro privilegiado. No ha faltado ni la pose sexy en bikini —incluso sin él, de espaldas, para que se note que se ha quitado la parte de arriba—, supuestamente para luchar contra la sexualización del cuerpo de la mujer. Pero ni se le ocurra desearlo: eso solo lo hacen los fachas. Me muestro deseable para que no me desees.
Después, Montero vuelve a su chalet con piscina, a disfrutar de su familia numerosa, con coches de gasolina, niñeras, servicio doméstico y 125.000 € al año de dinero público.
“No tendrás nada y serás feliz”, prometía la izquierda. Ahora que sabes que nunca tendrás nada, que se te ha pasado el arroz para todo, lo único que deseas es ponerte hasta arriba de tranquilizantes y antidepresivos, para olvidar que alguna vez soñaste con lo que sus dirigentes de izquierdas disfrutan sin pudor: una vida burguesa.
Sigue votando izquierda, pringado. Te va muy bien. Y eso es todo.