Alzórriz y la chupa de los mil euros

Ramón Alzórriz lució una cazadora valorada en 940 euros rodeado de otros políticos socialistas de Navarra, como María Chivite y Santos Cerdán, en la marcha por el Día del Trabajador. IÑIGO ALZUGARAY
El lujo es ya solo una cosa para cutres con pasta, una forma exclusivamente de enseñar tu cuenta bancaria por otros medios, que es de lo único que algunos pueden alardear.

Qué gañán es Coronalzórriz. Como personaje literario, me descojono porque es el perfecto antihéroe, el contrapunto ideal a las virtudes del protagonista. La cosa se avinagra, maldita realidad, cuando te das cuenta de que no es un personaje de novela, sino que le pagamos el sueldo entre todos.

Tiene el catálogo completo de vicios del político progresista del siglo XXI: trepa, poco formado, amor por la pasta, ostentación, pocas luces. Si Asirón está acomplejado con Maya, yo creo que, en el fondo, Don Damón compite con Maiorga Ramírez, igual de fiestero pero más dandy, más elegante en su tragedia, más intelectual en su derrota.

Coronalzórriz no tiene capas, es más plano que el reverso tenebroso de Sabrina, la de Boys, boys, boys.

Cómo tiene que tener la cabeza el pavo para plantarse en una manifa, supuestamente en defensa de la clase trabajadora, con una prenda de vestir de mil euracos. Y no un buen abrigo de paño largo, corte perfecto, como los que lucía Maiorga en su malditismo elegante, sino una chaqueta torerilla vaquera con la marca cruzándole en letras rojas de lado a lado.

El caso es que, cuando me llegó la noticia, se me vino a la cabeza esa frase que le atribuyen (erróneamente) a la reina María Antonieta: «Señora, el pueblo tiene hambre». «Pues que coman pasteles». Coronalzórriz con una chupa de mil pavos es un poco como esa frase. «Señor portavoz del PSOE, el pueblo no tiene con qué vestirse». «Que se compren una chupa como la mía, que para eso les hemos subido a 1000 € el salario mínimo». Desagradecido populacho.

Entre sindicalistas de mariscada y sueldazo público, que eso es el 1 de mayo, la cazadora de Coronalzórriz igual era lo que mejor pegaba. Yo de moda tampoco soy aquí la Coco Chanel abriendo atelier en Biarritz. Es decir, voy más feliz que el pipas con mi Omega Speedmaster… de Swatch.

Lo pensaba el otro día paseando por París, viendo a la fauna que se viste hoy con ropas carísimas. El lujo es ya solo una cosa para cutres con pasta, una forma exclusivamente de enseñar tu cuenta bancaria por otros medios, que es de lo único que algunos pueden alardear.

Coronalzórriz, con su chupa de mil pavos, es como un Patrick Bateman de marca blanca, presumiendo de tarjetas de visita pero sin clase ni hacha, que esa se la prestan sus socios los del partido de la serpiente. No hay distinción, no hay porte, no hay la presencia que te garantizaban las antiguas casas de modas. Solo hay un choni con un Lamborghini.

Si al lujo le importara algo diferente a su cuenta de resultados a corto plazo, miraría un poco más a quién le vende la mercancía. ¿Hace cuánto que la gente dejó de envidiar un Givenchy, de hacer un esfuerzo por una de sus piezas, de ambicionarlas, porque ya solo se las calzan unos personajes grotescos sin gusto? Coronalzórriz, en su delirio, se sueña embajador de Richemont, sin ver que, por mucho que se vista de caro, no pasa de cónsul de imitación de política barata. Y eso es todo.