Escándalos en el entorno de Santos Cerdán y el PSOE: txanchullos y chándal en el reino del aberchándal
Antonio, condenado a tres años de cárcel por intentar quemar a su mujer y a sus hijos —hermano de la Paqui, mujer de Santos Cerdán, la que se fundía la tarjeta de Servinabar en El Corte Inglés—, se fue un día a trabajar a un puente de Sevilla y volvió con casi dos millones de euros para Servinabar. Un fenómeno.
Me he zambullido un rato en este Falcon Crest de marca blanca de súper de la Cañada Real que tienen montado los del PSOE, aunque ahora dicen que ya no son “del PSOE”. Bueno, siguen siéndolo, creo. El PSOE ni los ha echado ni los ha denunciado, claro: todo esto lo hacían “a título personal”. A título personal… como si hubieran podido robar millones si no hubieran sido dirigentes del PSOE.
En fin, un lío. Pero si quieren, se lo cuento. Ya saben aquello que dicen que dijo Woody Allen: que el humor es drama más tiempo. Y estos dramas vienen de 2016. Si tomas un poco de distancia, te partes el culo.
Atentos. Lo del cuñado de Santos Cerdán es de traca. Su mujer se separa, se va con su hermano, y el tal Antonio se planta en casa del cuñado —o excuñado; nunca he sabido si en los divorcios también se divorcian los parentescos— y, según sentencia, “con ánimo de amedrentarle, se le acercó diciéndole: ‘te voy a matar, te voy a arrancar la cabeza, te voy a ver vestido de luto’”. Joder, y con tal ánimo de amedrentarte, que nadie te suelta que te va a arrancar la cabeza… con todos los respetos.
Y con toda esta fauna, con todo este ecosistema, convivía Sánchez. Estos eran sus colaboradores más estrechos, su búnker. Una cuadrilla mezcla de Torrente y Granujas de medio pelo —por seguir con Woody Allen— que le condujo hasta la presidencia del Gobierno.
Mientras escribo, estoy a lagrimones imaginándome a Begoña, la hija del saunero, aprendiendo palabras del diccionario y soltándolas en fila india en las reuniones de su cátedra, todas empezando por la letra A —que solo le habría dado tiempo a empollar la primera letra del alfabeto— para sonar sofisticada. Como esa mujer de la peli que se junta con Hugh Grant, un guaperas, un hidalgo neoyorquino que también busca su sablazo, creyendo que la va a convertir en una tipa con clase, admirada, envidiada, en los círculos elevados.
Y con todos estos, dice la UCO, también se han relacionado los Antxones y los Josebas, supongo que con cara de asquito, que ellos son hombres de negocios vascos y estos españoles apestan; aunque, en realidad, todos igual de aguardentosos y con el mismo olor a nicotina. Una manada de trepas, de vividores, jetas instalados en el txanchullo —la primera con tx y la segunda con ch— perpetuo.
Estoy convencido de que, en su fuero interno, todos se ven como elegantes personajes de El Padrino, aunque, si los conoces, sabes que les queda grande hasta el chándal —aberchándal— de cualquiera de Los Soprano. Todo tan cutre. Tan sinceramente cutre. Y tan descojono, que si no fuera por lo que nos roban, habría que nombrarlos a todos hijos predilectos de Pitis —y su equivalente pamplonés, ¿dónde estaría Pitis en Irroña?—, la parada de metro más vanidosa de los madriles. Y eso es todo.