La matraca de la conquista de Navarra

Hoy por hoy, quien preserva la idiosincrasia excéntrica de Navarra es España, que no solo nos deja ser como somos, a nuestro aire, con muchos aires, en una autonomía foral, y quien la vuelve a atacar son los aberchándales vascos.

Ahora que tengo tiempo, y como paso muchas horas en la piscina, he vuelto al ‘tuite’ para echar unas risas entre cerveza y cerveza, y remojón y remojón. Compruebo que todo sigue igual en el aberchandalato, que anda con sus neuras de siempre.

Por estas fechas, antes de San Fermín, el calendario litúrgico euskofriki está ocupado con la batalla de Noáin. Ahí que se han ido, con sus albarcas y sus calcetines gordos de lana, a cuarenta grados, cuatro infelices a conmemorarla. La batalla de Noáin fue el único enfrentamiento bélico reseñable que hubo en eso que podríamos llamar la incorporación de Navarra a Castilla, que —pese a lo que les gusta hacer creer— aquí poca sangre y poco fuego hubo en 1512. Todo l ,solventan con es que los castellanos eran más. Quién no se consuela es porque no quiere. 

¿Ninguno de estos aberchándales se ha preguntado por qué las tropas castellanas entraron de norte a sur? ¿O es mejor que la realidad esté oculta, no vaya a ser que salte la verdad y les joda el negocio historicista del que llevan viviendo décadas?

Las tropas que entraron en 1512 lo hicieron por Ciordia y por Goizueta, y las que hoy quieren hacer lo mismo en Navarra  vuelven a entrar por Álava y Guipúzcoa. Nada ha cambiado en realidad. La mejor unidad de los Tercios castellanos llegó a la zona desembarcando en Bilbao. Como todo el mundo sabe, cuando preparas una invasión, tu retaguardia la colocas en el territorio más hostil a tu causa, es decir, Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. Para eso también tendrán su explicación, como los terraplanistas la tiene para su chifladura.

Los intentos de recuperar el reino vinieron de Francia, es decir, que nada tuvo que ver con la recuperación real del Reino de Navarra, sino con tocarle las pelotas a Carlos V. Y volvieron a chocar con los mismos vascos de siempre. Que el vasco por antonomasia, san Ignacio de Loyola, no fue herido en Pamplona porque estaba de turismo, sino que los franceses le colocaron una chapa y escultura en su avenida —previa leche que casi le rompe la crisma— porque estaba aquí tratando de conservar Pamplona para la corona española con tropas guipuzcoanas, es decir, castellanas.

En la batalla de Noáin pocos navarros había tomando decisiones: el comandante era un francés, André de Foix, a las órdenes de Francisco I, rey de Francia, el de la batalla de Pavía, el que fue hecho preso por un vasco, Juan de Urbieta, y mandado a Madrid a vivir humillado durante un año en la torre de los Lujanes. El cuento que Pérez-Reverte le dedicó al asunto, Jodía Pavía, es risas, por si alguno quiere echarle un ojo ahora que estamos de preveraneo piscinero.

Hoy por hoy, quien preserva la idiosincrasia excéntrica de Navarra es España, que no solo nos deja ser como somos, a nuestro aire, con muchos aires, en una autonomía foral, y quien la vuelve a atacar son los aberchándales vascos, que, como no la entienden y les damos un poco de miedo por los venados que somos, no vayamos a meterles otros 40 en alpargatas por el centro de San Sebastián, la quieren relegar a cuarta provincia, a ver si nos doman, por detrás de Álava, de una cosa que ya no se llamará Navarra, sino euskoalgo: a veces Euskal Herria, a veces Euskadi, a veces Vascongadas, a veces País Vasco… A saber cuál eligen en el futuro, porque es curiosa esa vacilación de su propio nombre, que nunca lo tienen claro del todo, mientras Navarra es Navarra, con nuestras cosicas, desde hace centenares y centenares de años. Y eso es todo.