Los pactos de Cerdán con los aberchándales

Fotomontaje de Otegui y Cerdán sobre una imagen de la Plaza del Castillo.
"Otegi confesó que se reunió con Cerdán a instancias del tal Antxon, de Servinabar, porque le querían hacer una oferta. Y vaya si se la hicieron. A la larga se ha visto que no pudo rechazarla: le convenía. Nos ha jodido si no le convenía que los socialistas le regalaran Pamplona".

Me lo estoy pasando teta. Gora teta, con esa t que usábamos los antifascistas para completar las pintadas aberchandales en los 80/90, convirtiendo su ETA destructiva en algo más digno y turgente como lo es una teta. Lo que sabíamos y hablábamos en privado ahora lo hemos confirmado y podemos contarlo —eta cantarlo— en público.

El lodazal que ha sido Navarra y el tinglado de robo económico y robo moral que tenían montado el PSOE con los aberchándales era pestilente. Menuda mafia, tú. Mafioak.

Cuando escuché a Otegi relatar con desparpajo sus conexiones con la trama chanchullera de Cerdán —aquí se conocen todos, aquí se reúnen todos, aquí todos tienen algo que ganar—, pensé que se había vuelto (más) loco. No sé si es que ya no rige, como cuando Maragall soltó lo del 3 %, o si es que se sabe impune.

Ayer jueves confesó que se reunió con Cerdán a instancias del tal Antxon, de Servinabar, porque le querían hacer una oferta. Y vaya si se la hicieron. A la larga se ha visto que no pudo rechazarla: le convenía. Nos ha jodido si no le convenía que los socialistas le regalaran Pamplona.

¿El partido de ETA en el ajoak? Cómo no va a estar en el ajoak, si nunca ha salido de él. Otegi, repartiéndose el botín con Cerdán al calor del Antxon de Servinabar.

Servinabares, qué lugares, tan gratos para conspirar. A poco que hayas visto pelis de mafiosos dirigidas por Coppola o Scorsese, ya sabes cómo avanzan estas tramas: dejadnos hacer nuestros negocios y os damos en pago Pamplona. Si no nos pisamos la manguera, ganamos todos. ¿Tratoak? Vamos que si lo hubo.

A los seis meses de las elecciones, una moción de censura apresurada, urdida por una panda de maromos repartiéndose la tarta. Y ni una feminista se quejó del reparto. Nunca ninguna se queja del reparto que hacen los maromos de su ideología.
Se cargaron a una mujer alcaldesa que pintaba bastante bien, para colocar como alikate a J. Asirón.

Demasiado educada, de buenas formas, para una ciudad marrullera como Pamplona. Se inventaron un tema de árboles, que Asiron se encargó de desmentir con entusiasmo en su primer acto como alikate: taló decenas y decenas en la cuesta de Beloso. Que era mentira, que no era por eso. Ahora sabemos cuál era esa otra cosa: los pactos cocinados al calor del Antxon de Servinabar.

Si Ibarrola hubiera sido alcaldesa de Logroño, Santander, Gijón o Huesca —ciudades tranquilas, normales— no habría tenido problema alguno. Y como ya escribí en su momento, en seis meses le metió una dosis de buen gusto a la ciudad: unas sorprendentes luces de Navidad elegantes como presagio de lo mucho bueno que le podría haber pasado a Pamplona.

Pero Pamplona está condenada, con la banda de los de la Carlota, que se enrolla que te cagas, a no salir de la pancarta plástica reivindicativa colgada por todas sus esquinas. Puro glamour, puro feminismo.

Y lo que no sé es si son conscientes estos políticos del aberchandalato de cómo acaban estas historias: como en Uno de los nuestros, cuando Henry HillRay Liotta—, desquiciado, paranoico, lleno de mierda hasta las orejas, cree que un helicóptero le persigue por las calles de Nueva York.

Como ahora estos, que ven a la UCO hasta en la sopa, sin saber por dónde les va a llegar la siguiente andanada. De esas angustias solo se sale, como Liotta, cuando pasas una larga temporada en la trena, descansando. Y eso es todo.