El PSOE destila corrupción

Antxón Alonso, durante su comparecencia en el Senado. EP
El problema es que es imposible seguirle el ritmo al PSOE: cada día surge una movida que, tirando un poco del hilo, podría derribar gobiernos.

Para los que ya tenemos una edad, la descomposición del sanchismo es un regreso a la infancia, a lo analógico, cuando nos levantábamos cada mañana buscando las portadas en papel para saber cuál era el caso de corrupción del día del PSOE. Todo ha cambiado —ahora la prensa es digital—, pero todo sigue igual: el PSOE zambullido en la corrupción. Parece un géiser, tú, un volcán en erupción tirando lava de mierda hacia el cielo.

No nos falta ni la escena de Trainspotting: Renton metiéndose en un nauseabundo retrete atascado buscando su carnet del PSOE, supongo. Hasta las putas y la farlopa de Historias del Kronen, aquel libro que ruló por mi clase de BUP y que nos voló la cabeza —qué cosas leíamos con 16 años, la virgen; bastante bien hemos salido para cómo empezó la cosa de hacerse adultos— han regresado al presente de la mano del PSOE.

El problema es que es imposible seguirle el ritmo al PSOE: cada día surge una movida que, tirando un poco del hilo, podría derribar gobiernos. Es un decir. Al PSOE no lo tira nadie; tiene a demasiada gente untada, o creyendo que la tiene untada, que casi es mejor. Dale a un votante la sensación de poseer un privilegio sobre otro votante y no dejará de votarte jamás.

A modo de ejemplo: en las últimas elecciones generales me tocó mesa. Dos cosas me llamaron la atención. Como vivo en un barrio bien —de esos a los que no pueden acceder los jóvenes—, la inmensa mayoría de votantes eran abuelos y súper abuelos. Esa fue la primera. La segunda: en el recuento de mi mesa ganó el PSOE de calle. Para que luego digan que subir las pensiones muy por encima de los sueldos de los jóvenes no sirve de nada.

Siempre se ha dicho que lo público es lo privado del PSOE. Es decir, que con nuestro dinero —el de los impuestos— hacen lo que les sale de la chirla para su beneficio particular. Yo qué sé, por deciros una de las últimas: se compran Telefónica con nuestra pasta y lo primero que hacen es llenarla de socialistas; lo segundo, contratar a Ortuzar, el presidente del PNV, que odia España. En realidad los de los dineros no odian nada: hacen que la odien los pringados aberchándales de sus votantes. A Ortuzar lo ponen de consejero en una empresa con sede en la Gran Vía de Madrid, que será supongo donde tenga que ir para justificar el sueldazo que le van a pagar, digo. Y a vivir.

Ayer metieron en la cárcel al amigo Antxon, dueño con Cerdán de Servinabar y amigo de sus amigos, claro: los dirigentes del aberchandalato. En Servinabar, si rascas, solo hay amigos del PSOE y amigos aberchándales de todos los colores. Hasta Otegi —que dice que no es corrupto pero que se reunió con Antxon porque querían hacerle una oferta que no podía rechazar, y que no rechazó, que le hicieron alikate al suyo— aparece por ahí. Pasta y poder, repartuak y todos contentuak. Mientras tanto, al pringado aberchandal de base, al de la vida arrasada pero con misión —llevar la ikurriña por el gayumbo hasta lograr las semillas de independechía— lo mandan a las tres de la mañana un martes a correr un kilómetro de la korrika en un punto indeterminado entre Kadreita y Funes. Alguien tiene que mantener viva la ficción ideológica para que los que mandan sigan ganando pasta a dos carrillos.

Anda, mira, han metido también a la fontanera de Sánchez, Leire, al trulloak, la que, leo, fue consejera de una empresa tecnológica de Navarra hace dos o tres años. ¿Qué pintaba esa tía de consejera en una empresa de Navarra que recibió —sigo leyendo— un millón de euros de subvención? Ah, los misterios del PSOE, que como todos sabemos ensayó en Navarra antes todo lo que está pasando ahora en España. Y eso es todo.