Alberto, en la última colchonería de un barrio de Pamplona: “No tengo intención de cerrar”
La colchonería Orvina mantiene encendida la luz del pequeño comercio en la calle Santesteban 6 de Pamplona. Es un negocio de barrio que ha sobrevivido a modas, crisis y cambios en la forma de comprar, y que hoy se ha convertido en la última colchonería de toda la zona. Al frente está Alberto Orvina, de 47 años, quien lleva 26 años gestionando la tienda desde que tomó el relevo de su padre, Jesús, fundador del local en los años 80.
En la Chantrea, donde la identidad de barrio sigue muy arraigada, la tienda continúa abierta “a base de trabajo y constancia”. Alberto recuerda que este siempre ha sido el comercio de referencia para los vecinos y reconoce lo que supone ver desaparecer parte del tejido local. “Me resisto a cerrar. Da pena. Mientras saquemos, vamos tirando. Mientras podamos, seguiremos”, explica con tranquilidad, aunque dejando ver un punto de nostalgia.
El día a día en la colchonería es tan sencillo como intenso. “La gente del barrio nos conoce de toda la vida y seguimos con el ritmo cotidiano del barrio”, relata Alberto. Habla de esfuerzo continuo: “Ahí vamos, luchando cada día. Vamos sacando y peleando. No para hacerte rico, sino para seguir viviendo”. Esa cercanía, dice, es clave para sostener un negocio que depende del trato directo y de la confianza que los vecinos mantienen desde hace décadas.
En el local se vende un catálogo variado, aunque los artículos más demandados son los canapés abatibles, las camas articuladas y los colchones de última generación. Él mismo se encarga de todo el trabajo, desde atender hasta asesorar.
No espera un relevo generacional: “Estoy yo solo y no creo que haya relevo. Mis tres hijos estudian; el mayor ha terminado la carrera y están en sus trabajos. Que sigan su camino, que estudien y se busquen ellos su vida”, comenta sin dramatismos.
Tampoco piensa aún en retirarse. “La jubilación nos queda lejos. No tengo intención de cerrar mientras vayamos subsistiendo”, afirma. Poder seguir adelante, explica, se debe en gran parte a que el bajo es suyo y no tiene que asumir alquileres ni sueldos externos. “Contra menos gastos tengas, mejor. Ojalá diera para tener gente”, reconoce, consciente de que ese equilibrio tan frágil es lo que mantiene vivo al comercio.
Sobre el futuro del barrio, Alberto observa un panorama complicado para el comercio local. “Nos hace daño internet en general. Antes decíamos los hiper, pero lo peor, además de la pandemia que para muchos comercios fue definitivo, es que no hay cambio generacional y se quedan en barrios dormitorios”, señala. Cree que esa pérdida del día a día se nota en las calles: “El comercio da vida y corazón al barrio, pero están cambiando la forma de comprar”.
En su tienda, la clave sigue siendo el asesoramiento personalizado. “Queremos rapidez, pero no te asesoran como es mi caso. Les indicas, van probando y aconsejamos lo mejor que podemos según sus necesidades y su presupuesto”, cuenta. Esa forma de trabajar la aprendió desde pequeño: “Esto lo he mamado desde crío. Ayudaba y llevaba cosas a los clientes y es el orgullo familiar de seguir y aguantar”.
A esa experiencia se suma la realidad que observa a diario: bajeras cerradas y menos actividad comercial. “Ves un montón de bajeras cerradas y da pena. Es bonito el comercio local, pero es complicado”, comenta. Incluso señala el impacto del cambio de horario comercial: “Si apagamos todos los escaparates, las calles estarían totalmente a oscuras”.
Aun así, la colchonería mantiene el apoyo del barrio. En redes sociales abundan las valoraciones positivas, que destacan el trato y la confianza. “Mi familia siempre ha comprado colchones y las camas aquí. Muy amable el chico que atiende”, resume una de las reseñas que recibe este pequeño comercio que, pese a todo, continúa resistiendo.